martes, 5 de enero de 2016

Me topé con su fantasma

Para nadie es un secreto: Me topé con su fantasma. Se me nota al hablar, al discutir, al dialogar. Mis palabras pueden sonar a lo mismo, pero tienen otro sentido, provienen de otro lugar.

Y es que he comprendido que no basta con llevarlo en la playera o en la gorra, donde desgraciadamente hoy descansa su mito. No basta con consumirlo. Por el contrario, hay que llevarlo en la voluntad inquebrantable, en el espiritu indomable, en la indignación por la injusticia. Hay que aprenderle su amor a la lectura, al conocimiento al servicio de todos, a la poesía, a la literatura. Hay que seguir su ejemplo de respeto al género humano y su conciencia clara de igualdad entre los hombres.

En una época carente de valores y de ideas, donde la política se vuelve la práctica de sublimar los intereses propios a costa de los estados y de enriquecer los bolsillos a costa de los pueblos, no está de más recurrir a su carácter sobrio y desinteresado. En una época donde el poder no se ejerce con dignidad e inteligencia, sino con atropellos y abusos, no está de más recurrir a su irreverencia, a su revolución.

Cuando lo que nos falta son ideales y lo que nos sobra son desencantos, hay que recuperarlo en todos los sentidos, con su estilo desenfadado y su carácter romántico, vagabundo, idealista, aventurero e igualitario.

Me topé con su fantasma porque, desde la loca parafernalia de la sociedad industrial, nos vigila. Porque más allá de toda parafernalia retorna y en era de naufragios es nuestro santo laico. Porque casi cuarenta años después de su muerte, su imagen cruza generaciones y su mito pasa correteando en medio de los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco, moralmente terco, inolvidable.

Me topé con su fantasma. Con el fantasma del Che.


Hasta la victoria siempre.

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