lunes, 28 de diciembre de 2020

Rompan esta

Si no les gustó Rompan todo, el documental sobre el Rock en América Latina de Gustavo Santaolalla, aquí les dejo mi personal, incompleta y sesgada lista: 100 rolas que cuentan el Rock en español como yo lo recuerdo:

domingo, 13 de diciembre de 2020

La mejor banda de rock de la historia

En las decenas de miles de años que ha existido la vida en este planeta, que suerte tenemos de haber vivido en un tiempo en el que podíamos debatir quién era mejor: Led Zeppelin o The Beatles....

 


viernes, 11 de diciembre de 2020

El oro de los Beatles



EL ORO DE LOS BEATLES
Por Antonio Muñoz Molina
María Kodama ha contado que durante uno de los viajes transoceánicos que hizo con Borges iba distrayendo el tedio de las horas en avión con un walkman en el que sonaban canciones de los Beatles, y que Borges, sintiendo curiosidad por aquella música que para él debía de ser más exótica que las sagas islandesas, le pidió que le prestara los auriculares, y permaneció un rato moviendo la cabeza como si asintiera, escuchando por primera y seguramente por última vez en su vida “She loves you” y “Help!” y “Love me “do y “A hard day’s night”, primero con la expresión de estupor con que un hombre del siglo XIX que viajara en la máquina del tiempo de Wells escucharía la música de finales del siglo XX, y luego con un aire de creciente interés, de deferencia, de gradual aprobación. Cuando la cinta llegó al final y saltó el mecanismo del walkman Borges se quedó quieto, sin quitarse los auriculares todavía, sonriendo con aquella mirada de ciego que ve luces amarillas y sombras, y María Kodama le preguntó qué le había parecido aquella música. —Trivial, pero maravillosa —dijo Borges.
Es posible que nadie haya ofrecido una descripción más exacta y más breve. Las canciones de los Beatles son triviales porque la trivialidad es una de las materias primas de la música pop, tan definitiva como el ritmo y la melodía, del mismo modo que las imágenes publicitarias son siempre una materia prima de la pintura pop, que estaba siendo inventada más o menos por los mismos años en que los Beatles componían sus primeros éxitos. Una buena canción, la haya compuesto Cole Porter o Paul McCartney, ha de contener una parte de trivialidad y otra de maravilla, pues es preciso que capture la vibración inmediata del tiempo presente, el aturdimiento de los actos diarios, su pura fugacidad, y que a la vez tenga la virtud de resonar en la memoria, como si recién oída ya nos pareciera que la recordamos de muchos años atrás.
El tiempo perdido, al que tantos volúmenes de literatura suelen dedicarse, donde se encuentra atesorado en estado más puro no es en los libros, sino en la maravilla trivial de una canción o de un perfume, en los tres minutos que tarda Ella Fitzgerald en cantar “The man I love” y en las décimas de segundo que dura la percepción de una cierta colonia y que sin embargo pueden contener en el relámpago instantáneo de su brevedad meses o años enteros de la vida pasada.
Una canción nos gusta cuando nos procura un simulacro de nostalgia. En 1962, mientras los Beatles grababan “Love me do”, en las radios con tamaño y dignidad de muebles que nuestras madres cubrían con pañitos, a quien nosotros oíamos era a Pepe Marchena, a Joselito y a Manolo Escobar, de modo que no podemos saber cómo fue la novedad absoluta de aquellas canciones, qué impresión haría su limpio descaro, la maravilla cristalina de su trivialidad, su elogio abierto de la dicha, cómo sería oírlas no ya en la Inglaterra hortera y laborista de los primeros sesenta, sino en la España torva del franquismo. Como muchas personas de mi generación, yo empecé a aficionarme a los Beatles cuando ya estaban separados, así que mis arrebatos de modernidad me conducían al anacronismo, lo cual, si se para uno a pensarlo, es una paradoja muy española. Los Beatles, desde la primera vez que uno los oía, lo que le provocaban era nostalgia, y no sólo en canciones tan delicadamente tristes como “Yesterday” o “Eleanor Rigby”, sino también en las más joviales y enérgicas, que parecen celebrar siempre una felicidad de hace mucho tiempo. Es posible que al oír la cinta que le prestó María Kodama Borges pensara de las canciones de los Beatles lo mismo que había escrito de la lluvia: que sucede siempre en el pasado.
Los Beatles son ahora lo más moderno y lo más sepia, el número uno de las listas de venta de música pop y un yacimiento formidable de tiempo fósil y nostalgia que no parece que vaya a agotarse nunca, y que prodiga a sus administradores ríos de oro tan feraces como los yacimientos de coníferas fósiles y los magnates del petróleo. En Nueva York se celebra el trigésimo aniversario de la primera llegada de los Beatles a América, y los periódicos recogen devotamente los testimonios del chófer de la primera limousine a la que subieron y del barman que los atendió en el hotel Plaza. En Inglaterra se anuncia el descubrimiento de algunas inéditas con titulares de primera página, con una expectación de hallazgo arqueológico: dentro de poco el pasado se habrá vuelto porvenir acuciante, y podremos oír a los Beatles de 1960 cantando “Summertime” con una rabia y una. ingenuidad de adolescentes en sus voces, y adquirir así otro recuerdo falso, otra ocasión de nostalgia inventada que compartiremos sin apuro con quienes nacieron veinte años después que nosotros.
Ahora mismo, igual que hace 20 años, se especula sobre la vuelta de los Beatles, a pesar de que John Lennon lleve muerto más de una década, y se asegura que cada uno de los tres supervivientes puede cobrar 20 millones de libras por tocar de nuevo con los otros. Ha habido siempre como un sebastianismo de los Beatles, una leyenda de su posible regreso que se parece a la del rey don Sebastián y a la del rey Arturo, y también a la de Jim Morrison, de quien se dijo que su tumba en el Père Lachaise de París estaba vacía o tal vez ocupada por el cadáver de un impostor. Ahora, como en los cuatro o cinco años. fulgurantes en que grabaron y tocaron juntos algunas de las canciones más memorables de estos tiempos, el oro de los Beatles es un resplandor de melancolía y de mercadotecnia, una trepidación industrial de cadena de montaje y una dulzura triste de recuerdos que hubiéramos querido poseer. Quién sabe qué secretos estremecimientos de maravilla y de gozosa trivialidad provocaron en Borges esas canciones, en qué lugares de su memoria ya casi póstuma de anciano y de ciego resonaron de pronto como si hubiera pasado su vida entera escuchándolas.
***
Artículo publicado en Babelia en 16 de febrero de 1994.

martes, 8 de diciembre de 2020

Por los caminos de John



 John Winston Lennon (1940-1980)

INVENTARIO: THE DREAM IS OVER. POR LOS CAMINOS DE JOHN
Por José Emilio Pacheco
1
Poema anónimo mexicano (octubre de 1966): "...despidamos el radiante estruendo de la música (muy pronto sonará contra nuestra nostalgia)..."
2
Diario de un joven de los sesenta: 1967, 25 de junio, domingo: "Vi el primer programa de televisión que se trasmite por satélite a todo el planeta. Los Beatles cantan 'All you need is love'. El videoteip se guardará como una cápsula del tiempo y volverá a pasar el año 2000. Si uno vive para entonces, será intolerablemente doloroso ver a los Beatles y escuchar esa canción treinta y tres años después."
3
Lennon encarna los sesenta como Scott Fitzgerald simboliza los veinte. Ambos han muerto casi a la misma edad y a la exacta distancia de cuarenta años. En una nota agregada a 'Enemies of Promise' escribió Cyril Connolly: "Sea cual fuere su situación como escritor, ahora se encuentra firmemente establecido como un mito, una versión norteamericana del Dios Agonizante, un Adonis de las letras que nació con el siglo, floreció en los veintes, en la Era del Jazz que expresa perfectamente y casi fue su creación: luego se marchitó durante los treintas para expirar —como debe morir una deidad de la primavera y el verano— el 21 de diciembre de 1940, en el solsticio de invierno y en el fin de una época."
4
El grafiti en una pared de Coyoacán durante el 68 mexicano:
"Cronopio: mezcla de Beatle y Che Guevara."
5
O el otro grafiti en una esquina del bulevar Sebastopol en el París de 1968:
"Vladimir Illitch Lennon."
6
Entre quienes cronológica y estrictamente pertenecen a su generación, a diferencia de los seguidores jóvenes de su obra, tres actitudes ante el absurdo camusiano de su muerte: Unos se quedaron fijados en los sesenta, son lamentables adolescentes de casi medio siglo y desde las primeras horas del martes se encerraron a escuchar (con el acompañamiento respectivo) los viejos discos, las antiguas cassetes hasta que se vuelvan polvo y ceniza como Lennon. Otros (el patetismo de sus rostros en la televisión) salieron a las calles para llorar por él, por su propia juventud abolida, por lo que no volverá jamás, por el mundo aplastado antes de llegar a ser, "la pérdida del reino que estaba para mí". Algunos se mostraron indiferentes: "Sí, claro, su música me gustó en mi adolescencia, cómo no. Pero en fin, ahora ya qué importa. Tengo muchas cosas en qué pensar y ya ni me acordaba. Un drogadicto, un exhibicionista. Tenía que acabar así".
7
Nadie, ni siquiera Shakespeare ni el Departamento de Estado norteamericano, hizo tanto como él por la difusión del inglés. Millones lo aprendieron en sus discos. Otros memorizaron sus letras sin saber lo que significan. Para ellos y ellas son simplemente otra forma de música, verdaderos poemas sin palabras.
8
La poesía de Lennon, indesligable de sus canciones, resulta intraducible. Sus dos libros, 'In his own write', 'A spaniard in the works', son brillantísimo popnonsense que se resiste aun a la más ingeniosa de las paráfrasis. ¿Cómo hallar equivalentes para "He bad inmigrateful from his little white slum in Barcelover", por ejemplo? Y lo mismo sucede con las letras. Así como en los dibujos que ilustran los libros hay una sorprendente influencia de James Thurber, en sus poemas la lírica beat estadounidense se esparció por la "aldea global". Pero en sus letras manejó tantos estilos como en su música. Existe una hermenéutica de Lennon, cabalistas que pretenden haber llegado al sentido último, al mensaje cifrado.
9
Uno de sus intérpretes: Charles Manson.
10
En 1944 Edmund Wilson escribió que la invención de la luz eléctrica había terminado con los cuentos de terror. En 1958 el adolescente Carlos Monsiváis dijo que el terror ya no surgía de los cementerios sino brotaba de las noticias. En 1967, el año cumbre de los Beatles, el momento en que el rock llegó a la apoteosis no alcanzada antes ni igualada después con el elepé 'Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band', Ira Levin, un joven novelista sin mayores pretensiones literarias, descubrió en la modernización diabolizante y preapocalíptica del viejo terror una mina que sigue hasta nuestros días llenando de oro a los mercaderes. Levin escribió una novela, Rosemary's Baby. Transcurre en el edificio "Bramford". Todos los neoyorquinos identificaron el "Bramford" con el "Dakota" frente a Central Park. Contratado para filmar la película que se llamó en español La semilla del diablo, Roman Polansky la rodó en el "Dakota".
11
Como Mark Chapman —que tenía 13 años en 1968 y nació en 1955 durante el apogeo de Elvis Presley— Charles Manson pretendió ser estrella del rock. Al fracasar quiso convertirse en algo más, en Anticristo del popapocalipsis y creyó que los Beatles le transmitían mensajes en clave. Los cuatro ángeles de rostro de hombre y cabellos de mujer de que habla San Juan eran los Beatles; el fuego, humo y azufre que salía de sus bocas, sus canciones; sus corazas de hierro, sus guitarras. "Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres". Es decir, interpretó Manson, a los blancos.
En 'White album'. el disco que los Beatles publicaron en diciembre de 1968, Manson creyó ver una orden dirigida personalmente a él, sobre todo canciones como "Sexy Sadie", "Blackbird", "Piggies", "Revolution" (1 y 9) y "Helter Skelter". Como se recordará, esta última expresión idiomática que puede traducirse "con prisa desordenada" o tal vez con el lacónico mexicanismo "relajo", fue escrita con sangre en las paredes de la casa de Sharon Tate, la esposa de Polanski, a manera de rúbrica de la espantosa matanza. Al día siguiente de la llegada a la Luna, el sueño empezaba a agriarse con un crimen atroz en que no tienen culpa los Beatles en general ni Lennon en particular. Sin embargo, un novelista terrorífico difícilmente habría ideado simetrías más escalofriantes entre el asesinato de agosto de 1969 y el de diciembre de 1980. En el centro del drama se yergue, más ominoso aun que en la película de Polanski, el sombrío edificio "Dakota".
12
Nadie es excepción de nada. Todos estamos en peligro de todo.
13
"Sociedad del espectáculo". La religión electrónica e impresa erige dioses fugaces hechos de ondas y de papel. Nos fascinan y a la vez nos oprimen: nos exaltan y humillan; compensan nuestras infinitas frustraciones y las ahondan. Qué tragedia no tener el cuerpo de Bo Derek o la cara de Robert Redford o el talento incomparable, el aura mágica, los millones y millones de John Lennon (quien por su inmensa fortuna califica entre "the mighty British" en la nomenclatura de Town and Country). Tanto brillo, tanto éxito, tanto dinero, tanta fama representan una invitación constante a la locura del antihéroe, nuestro contemporáneo; a la paranoia del iconoclasta en el sentido original del término. Diabolismo del pobrediablismo: Si no puedo hacer, destruyo. Si no puedo ser, hago que otro deje de ser. Así me vuelvo más fuerte que los fuertes. Gracias a la democratización de la pistola, soy como Dios: tengo poderes de vida y muerte. Eróstrato, grabo mi nombre en la historia; o al menos soy famoso —soy como ellos, soy uno de ellos— durante quince minutos. No hay muralla, no hay guardias que puedan contra mí, contra Abbadón, el ángel exterminador, el ángel de la muerte. 'Apocalypse now', 'Helter Skelter'. Quemo lo que he adorado. Al inmolarlo me inmolo en su hoguera. Me enciende su gloria. Ahora ya nadie podrá separar mi nombre del suyo.
14
Poema anónimo mexicano (agosto de 1970). The dream is over: "Se acabó el elepé. / Hoy recomienza/ la pesadilla de la historia."
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'Proceso', No. 215, 15 de diciembre de 1980.

viernes, 20 de noviembre de 2020

El grito II - Nocturno grito

The Scream -Edvard Munch


Tengo miedo de mi voz

y busco mi sombra en vano.

¿Será mía aquella sombra
sin cuerpo que va pasando?
¿Y mía la voz perdida
que va la calle incendiando?

¿Qué voz, qué sombra, qué sueño,
despierto que no he soñado,
serán la voz y la sombra
y el sueño que me han robado?

Para oír brotar la sangre
de mi corazón cerrado,
¿pondré la oreja en mi pecho
como en el pulso la mano?

Mi pecho estará vacío
y yo descorazonado,
y serán mis manos duros
pulsos de mármol helado.


Xavier Villaurrutia

lunes, 16 de noviembre de 2020

El grito I - Nocturno en que nada se oye

 

                                                           The Scream -Edvard Munch

En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes 
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
Y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.

                                                      Xavier Villaurrutia