miércoles, 6 de junio de 2012

El Dragón - Ray Bradbury


La noche soplaba en el pasto escaso del páramo. No había ningún otro movimiento. Desde hacía años, en el casco del cielo, inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro. Tiempo atrás, se habían desmoronado algunos pedruscos convirtiéndose en polvo. Ahora, sólo la noche temblaba, en el alma de los dos hombres, encorvados en el, desierto, junto a la hoguera sotitaria; la oscuridad les latía callada mente en las venas, les golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las sienes.

Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Al fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.
- ¡No, idiota, nos delatarás!
- ¡Que importa! -dijo el otro hombre-. El dragón puede olernos a kilometros de distancia. Dios, hace frío. Quisiera estar en el castillo.
- Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos...
- ¿Por que? ¿Por que? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!
- ¡Callate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.
- ¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa!
- ¡Espera, escucha!

Los dos hombres se quedaron quietos.
Aguardaron largo tiempo, pero solo sintieron el temblor nervioso de la piel de los caballos, corno tamboriles de terciopeio negro que repicaban en las argollas de plata de los estribos, suavemente, suavemente.
- Ah... -El segundo hombre suspiró-. Qué tierra de pesadillas. Todo sucede aquí. Alguien apaga el sol; es de noche. Y entonces, y entonces, ¡oh, Dios, escucha! Este dragón dicen que tiene ojos de fuego, y un aliento de gas blanquecino; se lo ve arder a traves de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre, que mando el pasta. Las ovejas, aterradas, enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, a la salida del sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los cerros. ¿Cuántos caballeros, pregunto yo, habránperseguido a este monstruo y habrán tracasado, como fracasare mos también nosotros?
- ¡Suficiente te digo!
- ¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en qué año estamos.
- Novecientos años después de Navidad.
- No, no -murmuró el segundo hombre con los ojos cerrados-. En este páramo no hay Tiempo, hay sólo Eternidad. Pienso a veces que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido, la gente no habría nacido todavía, las cosas estarían cambiadas, los castillos no tallados aún en las rocas, los maderos no cortados aún en los bos ques; no preguntes cómo sé; el páramo sabe y me lo dice. Y aquí estamos los dos, solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Qué, Dios nos ampare!
- ¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!
- ¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde va. Ay, vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.

Enfundado a medias en el coiselete de plata, el segundo hombre se detuvo y volvió la cabeza.
En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para contar el tiempo.

En el corazón del viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del horizonte. Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siempre confusas y en tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre y no había año ni hora, sino sólo dos hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas, tempestades y truenos blancos que se movían por detrás de un cristal verde: el inmenso ventanal descendente, el relámpago. Una ráfaga de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres que aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío.
- Mira... -murmuró el primer hombre-. Oh, mira, allá...

A kilómetros de distancia, precipitándose, un cantico y un rugido, el dragón.
Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos, en silencio. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche desierta, y el dragón, rugiendo, se acercó, y se acercó todavía más. La deslumbrante mirada amarilla apareció de pronto en lo alto de un cerro, y en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano, impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un valle.
- ¡Pronto!
Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.
- ¡Por aquí pasa!
Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballeros.
- ¡Señor!
- Sí, invoquemos su nombre.

En ese instante, el dragón rodeó un cerro. El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido quejumbroso, y un ímpetu demoledor, y la bestia prosiguió su carrera.
- ¡Dios misericordioso!
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado, y el hombre voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó, y el hombro negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.
- ¿Viste? - gritó una voz -. ¿No te lo había dicho?
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!
- ¿Vas a detenerte?
- Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo. Me pone la carne de gallina. No sé qué siento.
- Pero atropellamos algo.
El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió. Una ráfaga de humo dividió la niebla.
- Llegaremos a Stokely a horario. Más carbon, ¿eh, Fred?

Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del cielo desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entro en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el Norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire quieto.

domingo, 20 de mayo de 2012

Guía del autoestopista galáctico - Douglas Adams





En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la Galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento.

En su órbita, a una distancia de ciento ciencuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes de lectura directa son de muy buen gusto.

Este planeta tiene, o mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron a tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa estraña, ya que los pequeños trozos de papel verde no eran precisamente los que se sentían infelices...

... Así empieza la novela que salió a la luz como una novela radiofónica en Inglaterra  y que se atribuye al genio de Douglas Adams. Con un humor que excede los confines de la galaxia, Adams nos cuenta cómo a pesar de los avisos de los seres más inteligentes sobre la Tierra, el ser humano y su infinita negligencia ven ante sus ojos el fin de los tiempos. Sólo algunos afortunados viven para contarlo. En un universo tan infinito como burocrático, con un presidente galáctico bicéfalo (y paradójicamente más egocéntrico e ignorante que cualquiera sobre la desaparecida tierra), Arthur Dent y su amigo Ford Prefect se las ingenian para vivir de aventones, entre extraños seres que nos recuerdan algunas especies urbanas sobre la tierra y nos dejan claro que para vivir en este universo sólo requieres de 2 cosas: la guía del autoestopista galáctico y lo más importante de todo, una toalla.

Con una narrativa y un ritmo asombrosos Adams nos deja su legado en una trilogía en cinco partes, de las que la Guía del Autoestopista Galáctico es la primera. Por si semejante alcance pareciera poco, el autor nos enfrenta a la pregunta máxima sobre la vida, el universo y todo lo demás. La respuesta está contenida en las páginas de la novela y seguramente le dejará con la boca abierta.


viernes, 4 de mayo de 2012

De cómo (no) conocí a Monsivais

El 4 de agosto de 1999 es una fecha memorable para las anécdotas futboleras: esa noche en la cancha del Azteca México ganó la Copa Confederaciones con una gran actuación de Cauhtemoc Blanco y, permítaseme decirlo, un gran baile a la selección brasileña.

Horas antes del juego yo me encontraba en la inauguración de una librería financiada por la divertida empresa para la que entonces trabajaba. Entre una serie de personalidades del ámbito académico y cultural asistentes al evento destacaban dos: Homero Aridjis y Carlos Monsivais. Tras cortar el listón, Monsivais improvisó un discurso sobre el mérito de abrir una librería en una época tan difícil y en un país donde la lectura no es un hábito.

Tras la ceremonia tuve la fortuna de estar en el pequeño grupo que se acercó a Monsivais a brindar. Él, siempre lúcido, hablaba y nosotros escuchábamos. Debe ser difícil no tener interlocutor. Me aparté por un rato y volví con la firme convicción de comenzar una conversación inteligente o de al menos darle motivo para deleitarnos con su elocuencia. Mosivais había desaparecido entre el tumulto y la parlotería. Ya no lo encontré.

Dicen que era homosexual. Dicen que adoraba a los gatos. Dicen que era un genio.

jueves, 3 de mayo de 2012

No vine a decir que sí




DE LA VIEJA GUARDIA
Yo soy la vieja guardia
aunque no viví sus glorias
yo comencé a oír la radio
cuando ya se había hecho historia.

Cuando las bandas de pop
se llevaban ovaciones
de las que aún resuenan a ecos
en las viejas grabaciones.

Y me enterneció el amor
en una noche serena
en mi escondite añorado
que un día fue el autocinema.

Yo conozco mil historias
de la calle y sus rumores
de los pleitos de banquera
con merecidos honores.

Y miré algunos mayores
crecer bajo su leyenda
en las riñas de pandillas
con navajas y cadenas

Y después de aquel arrojo
se convertía en delincuencia
más de un bravo conocido
saboreó las consecuencias
que hace la ley de los puños
y fumar la hierbabuena.

Para saltar la alambrada
para brincar esta cerca
y ese asalto a mano armada
Que jamás valía la pena
a veces creo que mi entorno
fue el que me hizo observador
aprendía del error de otros
y tampoco fui mejor.

Siempre estoy necesitando
un sueño en que sobrevivir
como si fuera el muchacho
que no para de reír.

Cuando volaba a la avenida
bajando en mi bicicleta
como sí en la esquina nunca
me esperara una sorpresa.

Siempre fue cuestión de suerte
y hoy tampoco sé en que acaba
la vida de los que entienden
de contar casos que pasan.

Hoy no vuelo en mi manubrio
hoy mi guitarra me eleva
y me hace ocupar las dos manos
no hago otra cosa con ellas
que aferrarme a esta guitarra
como el fulgor a su estrella
como el soldado al fusil
y en noches como la de hoy
como un borracho a su botella.

Yo soy de la vieja guardia
de la canción de protesta
de los conciertos de pop
con una guitarra vieja.

viernes, 20 de abril de 2012

El reloj - Charles Baudelaire

  Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.
     El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.
     Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.

     Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»

jueves, 12 de abril de 2012

Yo soy la morsa


 Siempre le gustaron las librerías de viejo. El inconfundible olor a guardado y el singular caos que guardan hacían que su mente enfrentara los conceptos fundamentales del universo ordenado y sistemático de la Biblioteca de Babel. No sólo le movía la infinita emoción que le generaba hurgar en cada pila, sino la certeza de que en alguna de ellas el caótico cosmos le entregaría en sus manos el libro de todos los libros, el cuento de todos los cuentos.

Aquella noche el Señor Mostaza despertó de cara a un libro. Sin saber siquiera donde estaba, volteó la mirada hacia donde el reloj marcaba las nueve con veinte. -He perdido mucho tiempo-, se reclamó a sí mismo. Buscaba desde hacía varios días un Tratado Fundamental de Budismo, una edición extraña (de un autor aún más) que el encargado juraba haber recibido meses atrás.

Habían pasado muchas noches desde que Niebla le hizo pensar que los personajes de las novelas conviven con los llamados seres reales cuando en algún febril momento la realidad se funde con la fantasía. Mostaza se divertía pensando que, en todo caso, no se puede saber quien es más real, si Augusto Pérez o Unamuno o si Juan Dahlmann o Borges. Esa noche estaba dispuesto a comprenderlo: el ki y la posibilidad de que un hombre sea todos los hombres a la vez (“I am he as you are he as you are me and we are all together...”)

Pasó la noche concentrado en su búsqueda frenética. Encontró el ki en el Tratado Fundamental de Budismo. Encontró que en Uqbar todos los cuentos son un solo cuento contado de mil y una formas. Supo por El Inmortal que Borges pudo ser Homero y que cualquier ciego puede ser Borges. Convencido de que el cosmos no podía engañarle y de que era posible cruzar el umbral de la realidad, tomó asiento, abrazó el libro que le había desvelado y repitió para sí: yo soy la morsa, yo soy la morsa, yo soy la morsa...

lunes, 2 de abril de 2012

El algoritmo de semana santa


Seguramente año tras año, ya sea con fines religiosos, comerciales o simplemente para aprovechar el puente, usted se pregunta: ¿en qué días cae la Semana Santa? ¿Por qué la Semana Santa se mueve en el calendario? La razón es un motivo religioso y, más aún, un algoritmo astronómico.

La Historia

La pascua de los judíos fue establecida para conmemorar el paso del Mar Rojo y el del ángel exterminador que, en la misma noche en que salieron de Egipto los hebreos, mató a los primogénitos de los egipcios, respetando sólo las casas de los israelitas señaladas con la sangre del cordero. Entre los cristianos se celebra esta fiesta en memoria de la resurrección de Jesucristo.

El Algoritmo

La pascua de resurrección, fijada por el concilio de Nicea en el año 325, se celebra “el domingo posterior a la luna llena que sigue al primer equinoccio del año”, y cae siempre entre el 21 de marzo y el 26 de abril, pudiendo variar en 36 días su situación en el calendario. Tal es el algoritmo.

De dicho domingo, el jueves y viernes anteriores son los dos días santos. De la fijación de dicha fiesta, dependen también el resto de las fiestas movibles de la iglesia.

El Cálculo

Un algoritmo no es más que una secuencia de pasos lógicos que han de seguirse para la consecución de un fin y la obtención de un resultado. Un ordenador (cualquier pc o calculadora) es capaz de entender y ejecutar un algoritmo y obtener un resultado, siempre que se le explique en un lenguaje que le sea comprensible.

Podemos incluso, con una serie de fórmulas en Excel, calcular la fecha en que caerán el jueves y viernes santos. Teclee el contenido de las celdas del siguiente esquema en una hoja de cálculo y tendrá su “Calculadora de Semana Santa”


jueves, 15 de marzo de 2012

Las notas que duermen en las cuerdas - Alfredo Bryce Echenique


Mediados de diciembre.  El sol se ríe a carcajadas en los avisos de publicidad. ¡El sol!  Durante algunos meses, algunos sectores de Lima tendrán la suerte de parecerse a Chaclacayo, Santa Inés, Los Ángeles, y Chosica.  Pronto, los ternos de verano recién sacados del ropero dejarán de oler a humedad.  El sol brilla sobre la ciudad, sobre las calles, sobre las casas.  Brilla en todas partes menos en el interior de las viejas iglesias coloniales.  Los grandes almacenes ponen a la venta las últimas novedades de la moda veraniega.  Los almacenes de segunda categoría ponen a la venta las novedades de la moda del año pasado. «Pruébate la ropa de baño, amorcito.» (¡Cuántos matrimonios dependerán de esa prueba!) Amada, la secretaria del doctor Ascencio, abogado de nota, casado, tres hijos, y automóvil más grande que el del vecino, ha dejado hoy, por primera vez, la chompita en casa.  Ha entrado a la oficina, y el doctor ha bajado la mirada: es la moda del escote ecran, un escote que parece un frutero. «Qué linda su Medallita, Amada (el doctor lo ha oído decir por la calle).  Tengo mucho, mucho que dictarle, y tengo tantos, tantos deseos de echarme una siestecita.»
Por las calles, las limeñas lucen unos brazos de gimnasio.  Parece que fueran ellas las que cargaran las andas en las procesiones, y que lo hicieran diariamente.  Te dan la mano, y piensas en el tejido adiposo.  No sabes bien lo que es, pero te suena a piel, a brazo, al brazo que tienes delante tuyo, y a ese hombro moreno que te decide a invitarla al cine.  El doctor Risque pasa impecablemente vestido de blanco. Dos comentarios: «Maricón» (un muchacho de dieciocho años), y «exagera. No estamos en Casablanca» (el ingeniero Torres Pérez, cuarenta y tres años, empleado del Ministerio de Fomento).  Pasa también Félix Arnolfi, escritor, autor de Tres veranos en Lima, y Amor y calor en la ciudad.  Viste de invierno.  Pero el sol brilla en Lima.  Brilla a mediados de diciembre, y no cierre usted su persiana, señora Anunciata, aunque su lugar no esté en la playa, y su moral sea la del desencanto, la edad y los kilos ...
 
El sol molestaba a los alumnos que estaban sentados cerca de la ventana.  Acababan de darles el rol de exámenes y la cosa no era para reírse.  Cada dos días, un examen.  Matemáticas y química seguidos. ¿Qué es lo que pretenden? ¿Jalarse a todo el mundo?  Empezaban el lunes próximo, y la tensión era grande.  Hay cuatro cosas que se pueden hacer frente a un examen: estudiar, hacer comprimidos, darse por vencido antes del examen, y hacerse recomendar al jurado.
Los exámenes llegaron.  Los primeros tenían sabor a miedo, y los últimos sabor a Navidad.  Manolo aprobó invicto (había estudiado, había hecho comprimidos, se había dado por vencido antes de cada examen y un tío lo había recomendado, sin que él se lo pidiera).  Repartición de premios: un alumno de quinto año de secundaria lloró al leer el discurso de Adiós al colegio, los primeros de cada clase recibieron sus premios, y luego, terminada la ceremonia, muchos fueron los que destrozaron sus libros y cuadernos: hay que aprender a desprenderse de las cosas.  Manolo estaba libre.
En su casa, una de sus hermanas se había encargado del Nacimiento.  El árbol de Navidad, cada año más pelado (al armarlo, siempre se rompía un adorno, y nadie lo reponía), y siempre cubierto de algodón, contrastaba con el calor sofocante del día.  Manolo no haría nada hasta después del Año Nuevo.  Permanecería encerrado en su casa, como si quisiera comprobar que su libertad era verdadera, y que realmente podía disponer del verano a sus anchas.  Nada le gustaba tanto como despertarse diariamente a la hora de ir al colegio, comprobar que no tenía que levantarse, y volverse a dormir.  Era su pequeño triunfo matinal.
—¡Manolo! —llamó su hermana—.  Ven a ver el Nacimiento.  Ya está listo.
—Voy —respondió Manolo, desde su cama.
Bajó en pijama hasta la sala, y se encontró con la Navidad en casa.  Era veinticuatro de diciembre, y esa noche era Nochebuena.  Manolo sintió un escalofrío, y luego se dio cuenta de que un extraño malestar se estaba apoderando de él.  Recordó que siempre en Navidad le sucedía lo mismo, pero este año, ese mismo malestar parecía volver con mayor intensidad.  Miraba hacia el Nacimiento, y luego hacia el árbol cubierto de algodón. «Está muy bonito», dijo.  Dio media vuelta, y subió nuevamente a su dormitorio.
Hacia el mediodía, Manolo salió a caminar.  Contaba los automóviles que encontraba, las ventanas de las casas, los árboles en los jardines, y trataba de recordar el nombre de cada planta, de cada flor.  Esos paseos que uno hace para no pensar eran cada día más frecuentes.  Algo no marchaba bien.  Se crispó al recordar que una mañana había aparecido en un mercado, confundido entre placeras y vendedores ambulantes.  Aquel día había caminado mucho, y casi sin darse cuenta.  Decidió regresar, pues pronto sería la hora del almuerzo.
Almorzaban.  Había decidido que esa noche irían juntos a la misa de Gallo, y que luego volverían para cenar.  Su padre se encargaría de comprar el panetón, y su madre de preparar el chocolate.  Sus hermanos prometían estar listos a tiempo para ir a la iglesia y encontrar asientos, mientras Manolo pensaba que él no había nacido para esas celebraciones. ¡Y aun faltaba el Año Nuevo!  El Año Nuevo y sus cohetones, que parecían indicarle que su lugar estaba entre los atemorizados perros del barrio.  Mientras almorzaba, iba recordando muchas cosas.  Demasiadas.  Recordaba el día en que entró al Estadio Nacional, y se desmayó al escuchar que se había batido el récord de asistencia.  Recordaba también, cómo en los desfiles militares, le flaqueaban las piernas cuando pasaban delante suyo las bandas de música y los húsares de Junín.  Las retretas, con las marchas que ejecutaba la banda de la Guardia Republicana, eran como la atracción al vacío.  Almorzaban: comer, para que no le dijeran que comiera, era una de las pequeñas torturas a las que ya se había acostumbrado.
Hacia las tres de la tarde, su padre y sus hermanos se habían retirado del comedor.  Quedaba tan sólo su madre, que leía el periódico, de espaldas a la ventana que daba al patio. La plenitud de ese día de verano era insoportable.  A través de la ventana, Manolo veía cómo todo estaba inmóvil en el jardín.  Ni siquiera el vuelo de una mosca, de esas moscas que se estrellan contra los vidrios, venía a interrumpir tanta inmovilidad.  Sobre la mesa, delante de él, una taza de café se enfriaba sin que pudiera hacer nada por traerla hasta sus labios.  En una de las paredes (Manolo calculaba cuántos metros tendría), el retrato de un antepasado se estaba burlando de él, y las dos puertas del comedor que llevaban a la otra habitación eran como la puerta de un calabozo, que da siempre al interior de la prisión.
—Es terrible —dijo su madre, de pronto, dejando caer el periódico sobre la mesa—.  Las tres de la tarde.  La plenitud del día.  Es una hora terrible.
—Dura hasta las cinco, más o menos.
—Deberías buscar a tus amigos, Manolo.
—Sabes, mamá, si yo fuera poeta, diría: «Eran las tres de la tarde en la boca del estómago».
—En los vasos, y en las ventanas.
—Las tres de la tarde en las tres de la tarde.  Hay que moverse.
«Ante todo, no debo sentarme», pensaba Manolo al pasar del comedor a la sala, y ver cómo los sillones lo invitaban a darse por vencido.  Tenía miedo de esos sillones cuyos brazos parecían querer tragárselo.  Caminó lentamente hacia la escalera, y subió como un hombre que sube al cadalso.  Pasó por delante del dormitorio de su madre, y allí estaba, tirada sobre la cama, pero él sabía que no dormía, y que tenía los ojos abiertos, inmensos.  Avanzó hasta su dormitorio, y se dejó caer pesadamente sobre la cama: «La próxima vez que me levante», pensó, «será para ir al centro».
 
A través de una de las ventanas del ómnibus, Manolo veía cómo las ramas de los árboles se movían lentamente.  Disminuía ya la intensidad del sol, y cuando llegara al centro de la ciudad, empezaría a oscurecer.  Durante los últimos meses, sus viajes al centro habían sido casi una necesidad.  Recordaba que, muchas veces, se iba directamente desde el colegio, sin pasar por su casa, y abandonando a sus amigos que partían a ver la salida de algún colegio de mujeres.  Detestaba esos grupos de muchachos que hablan de las mujeres como de un producto alimenticio: «Es muy rica. Es un lomo».  Creía ver algo distinto en aquellas colegialas con los dedos manchados de tinta, y sus uniformes de virtud.  Había visto cómo uno de sus amigos se había trompeado por una chica que le gustaba, y luego, cuando te dejó de gustar, hablaba de ella como si fuera una puta. «Son terribles cuando están en grupo», pensaba, «y yo no soy un héroe para dedicarme a darles la contra».
El centro de Lima estaba lleno de colegios de mujeres, pero Manolo tenía sus preferencias.  Casi todos los días, se paraba en la esquina del mismo colegio, y esperaba la salida de las muchachas como un acusado espera su sentencia.  Sentía los latidos de su corazón, y sentía que el pecho se le oprimía, y que las manos se le helaban.  Era más una tortura que un placer, pero no podía vivir sin ello.  Esperaba esos uniformes azules, esos cuellos blancos y almidonados, donde para él, se concentraba toda la bondad humana.  Esos zapatos, casi de hombres, eran, sin embargo, tan pequeños, que lo hacían sentirse muy hombre.  Estaba dispuesto a protegerlas a todas, a amarlas a todas, pero no sabía cómo.  Esas colegialas que ocultaban sus cabellos bajo un gracioso gorro azul, eran dueñas de su destino.  Se moría de frío: ya iba a sonar el timbre.  Y cuando sonara, sería como siempre: se quedaría estático, casi paralizado, perdería la voz, las vería aparecer sin poder hacer nada por detener todo eso, y luego, en un supremo esfuerzo, se lanzaría entre ellas, con la mirada fija en la próxima esquina, el cuello tieso, un grito ahogado en la garganta, y una obsesión: alejarse lo suficiente para no ver más, para no sentir más, para descansar, casi para morir.  Los pocos días en que no asistía a la salida de ese colegio, las cosas eran aún peor.
El ómnibus se acercaba al jirón de la Unión, y Manolo, de pie, se preparaba para bajar. (Le había cedido el asiento a una señora, y la había odiado: temió, por un momento, que hablara de lo raro que es encontrar un joven bien educado en estos días, que todos los miraran, etc. Había decidido no volver a viajar sentado para evitar esos riesgos.) El ómnibus se detuvo, y Manolo descendió.
Empezaba a oscurecer.  Miles de personas caminaban lentamente por el jirón de la Unión.  Se detenían en cada tienda, cada vidriera, mientras Manolo avanzaba perdido entre esa muchedumbre.  Su única preocupación era que nadie lo rozara al pasar, y que nadie le fuera a dar un codazo.  Le pareció cruzarse con alguien que conocía, pero ya era demasiado tarde para voltear a saludarlo. «De la que me libré», pensó. «¿Y si me encuentro con Salas?» Salas era un compañero de colegio.  Estaba en un año superior, y nunca se habían hablado.  Prácticamente no se conocían, y sería demasiada coincidencia que se encontraran entre ese tumulto, pero a Manolo le espantaba la idea.  Avanzaba.  Oscurecía cada vez más, y las luces de neón empezaban a brillar en los avisos luminosos.  Quería llegar hasta la Plaza San Martín, para dar media vuelta y caminar hasta la Plaza de Armas.  Se detuvo a la altura de las Galerías Boza, y miró hacia su reloj: «Las siete de la noche».  Continuó hasta llegar a la Plaza San Martín, y allí sintió repugnancia al ver que un grupo de hombres miraba groseramente a una mujer, y luego se reían a carcajadas.  Los colectivos y los ómnibus llegaban repletos de gente. «Las tiendas permanecerán abiertas hasta las nueve de la noche», pensó. «La Plaza de Armas.» Dio media vuelta, y se echó a andar.  Una extraña e impresionante palidez en el rostro de la gente era efecto de los avisos luminosos. «Una tristeza eléctrica», pensaba Manolo, tratando de definir el sentimiento que se había apoderado de él.  La noche caía sobre la gente, y las luces de neón le daban un aspecto fantasmagórico.  Cargados de paquetes, hombres y mujeres pasaban a su lado, mientras avanzaba hacia la Plaza de Armas, como un bañista nadando hacia una boya.  No sabía si era odio o amor lo que sentía, ni sabía tampoco si quería continuar esa extraña sumersión, o correr hacia un despoblado.  Sólo sabía que estaba preso, que era el prisionero de todo lo que lo rodeaba.  Una mujer lo rozó al pasar, y estuvo a punto de soltar un grito, pero en ese instante hubo ante sus ojos una muchacha.  Una pálida chiquilla lo había mirado caminando.  Vestía íntegramente de blanco.  Manolo se detuvo.  Ella sentiría que la estaba mirando, y él estaba seguro de haberle comunicado algo.  No sabía qué.  Sabía que esos ojos tan negros y tan grandes eran como una voz, y que también le hablan dicho algo.  Le pareció que las luces de neón se estaban apoderando de esa cara.  Esa cara se estaba electrizando, y era preciso sacarla de allí antes de que se muriera.  La muchacha se alejaba, y Manolo la contemplaba calculando que tenía catorce años. «Pobre de ti, noche, si la tocas», pensó.
Se había detenido al llegar a la puerta de la iglesia de la Merced.  Veía cómo la gente entraba y salía del templo, y pensaba que entraban más para descansar que para rezar, tan cargados venían de paquetes.  Serían las ocho de la noche, cuando Manolo, parado ahora de espaldas a la iglesia, observaba una larga cola de compradores, ante la tienda Monterrey.  Todos llevaban paquetes en las manos, pero todos tenían aún algo más que comprar.  De pronto, distinguió a una mujer que llevaba un balde de playa y una pequeña lampa de lata.  Vestía un horroroso traje floreado, y con la basta descosida.  Era un traje muy viejo, y le quedaba demasiado grande.  Le faltaban varios dientes, y le veía las piernas chuecas, muy chuecas.  El balde y la pequeña lampa de lata estaban mal envueltos en papel de periódico, y él podía ver que eran de pésima calidad. «Los llevará un domingo, en tranvía, a la playa más inmunda.  Cargada de hijos llorando.  Se bañará en fustán», pensó.  Esa mujer, fuera de lugar en esa cola, con la boca sin dientes abierta de fatiga como si fuera idiota, y chueca, chueca, lo conmovió hasta sentir que sus ojos estaban bañados en lágrimas.  Era preciso marcharse.  Largarse. «Yo me largo.» Era preciso desaparecer.  Y, sobre todo, no encontrar a ninguno de sus odiados conocidos.
Desde su cama, con la habitación a oscuras, Manolo escuchaba a sus hermanas conversar mientras se preparaban para la misa de Gallo, y sentía un ligero temblor en la boca del estómago.  Su único deseo era que todo aquello comenzara pronto para que terminara de una vez por todas.  Se incorporó al escuchar la voz de su padre que los llamaba para partir.
«Voy», respondió al oír su nombre, y bajó lentamente las escaleras.  Partieron.
Conocía a casi todos los que estaban en la iglesia.  Eran los mismos de los domingos, los mismos de siempre.  Familias enteras ocupaban las bancas, y el calor era muy fuerte.  Manolo, parado entre sus padres y hermanos, buscaba con la mirada a alguien a quien cederle el asiento.  Tendría que hacerlo, pues iglesia se iba llenando de gente, y quería salir de eso lo antes posible.  Vio que una amiga de su madre se acercaba, y le dejó su lugar, a pesar de que aún quedaban espacios libres en otras bancas.
Estaba recostado contra una columna de mármol, y desde allí  paseaba la mirada por toda la iglesia. Muchos de los asistentes, bronceados por el sol, habían empezado a ir a la playa. Las muchachas le impresionaban con sus pañuelos de seda en la cabeza.  Esos pañuelos de seda, que ocultando una parte del rostro, hacen resaltar los ojos, lo impresionaban al punto de encontrarse con las manos pegadas a la columna; fuertemente apoyadas, como si quisiera hacerla retroceder. «Sansón», pensó.
Había detenido la mirada en el pálido rostro de una muchacha que llevaba un pañuelo de seda en la cabeza, y cuyos ojos resaltaban de una manera extraña.  Miraban hacia el altar con tal intensidad, que parecían estar viendo a Dios.  La contemplaba.  Imposible dejar de contemplarla.  Manolo empezaba a sentir que todo alrededor suyo iba desapareciendo, y que en la iglesia sólo quedaba aquel rostro tan desconocido y lejano.  Temía que ella lo descubriera mirándola, y no poder continuar con ese placer. ¿Placer? «Debe hacer calor en la iglesia», pensó, mientras comprobaba que sus manos estaban más frías que el mármol de la columna.
La música del órgano resonaba por toda la iglesia, y Manolo sentía como si algo fuera a estallar. «Los ojos.  Es peor que bonita.» En las bancas, los hombres caían sobre sus rodillas, como si esa música que venía desde el fondo del templo, los golpeara sobre los hombros, haciéndolos caer prosternados ante un Dios recién descubierto y obligatorio.  Esa música parecía que iba a derrumbar las paredes, hasta que, de pronto, un profundo y negro silencio se apoderó del templo, y era como si hubieran matado al organista. «Tan negros y tan brillantes.» Un sacerdote subió al púlpito, y anunció que Jesús había nacido, y el órgano resonó nuevamente sobre los hombros de los fieles, y Manolo sintió que se moría de amor, y la gente ya quería salir para desearse «feliz Navidad».  Terminada la ceremonia, si alguien le hubiera dicho que se había desmayado, él lo hubiera creído.  Salían.  El mundo andaba muy bien aquella noche en la puerta de la iglesia, mientras Manolo no encontraba a la muchacha que parecía haber visto a Dios.
Al llegar a su casa, sin pensarlo, Manolo se dirigió a un pequeño baño que había en el primer piso.  Cerró la puerta, y se dio cuenta de que no era necesario que estuviera allí.  Se miró en el espejo, sobre el lavatorio, y recordó que tenía que besar a sus padres y hermanos: era la costumbre, antes de la cena. ¡Feliz Navidad con besos y abrazos!  Trató de orinar.  Inútil.  Desde el comedor, su madre lo estaba llamando.  Abrió la puerta, y encontró a su perro que lo miraba como si quisiera enterarse de lo que estaba pasando.  Se agachó para acariciarlo, y avanzó hasta llegar al comedor.  Al entrar, continuaba siempre agachado y acariciando al perro que caminaba a su lado.  Avanzaba hacia los zapatos blancos de una de sus hermanas, hasta que, torpemente, se lanzó sobre ella para abrazarla.  No logró besarla. «Feliz Navidad», iba repitiendo mientras cumplía con las reglas del juego.  Los regalos.
Cenaban. «Esos besos y abrazos que uno tiene que dar...», pensaba. «Ésos cariños.» Daría la vida por cada uno de sus hermanos. «Pero uno no da la vida en un día establecido...» Recordaba aquel cumpleaños de su hermana preferida: se había marchado a la casa de un amigo para no tener que saludarla, pero luego había sentido remordimientos, y la había llamado por teléfono: «Qué loco soy».  Cenaban.  El chocolate estaba demasiado caliente, y con tanto sueño era difícil encontrar algo de qué hablar mientras se enfriaba. «No es el mejor panetón del mundo, pero es el único que quedaba», comentó su padre.  Manolo sentía que su madre lo estaba mirando, y no se atrevía a levantar los ojos de la mesa.  A lo lejos, se escuchaban los estallidos de los cohetes, y pensaba que su perro debía estar aterrorizado.  Bebían el chocolate. «Tengo que ir a ver al perro. Debe estar muerto de miedo.» En ese momento, uno de sus hermanos bostezó, y se disculpó diciendo que se había levantado muy temprano esa mañana.  Permanecían en silencio, y Manolo esperaba que llegara el momento de ir a ver a su perro. De pronto, uno de sus hermanos se puso de pie: «Creo que me voy a acostar», dijo dirigiéndose lentamente hacia la puerta del comedor.  Desapareció.  Los demás siguieron el ejemplo.
En el patio, Manolo acariciaba a su perro.  Había algo en la atmósfera que lo hacía sentirse nuevamente como en la iglesia.  Le parecía que tenía algo que decir.  Algo que decirle a alguna persona que no conocía; a muchas personas que no conocía.  Escuchaba el estallido de los cohetes, y sentía deseos de salir a caminar.
Hacia las tres de la madrugada, Manolo continuaba su extraño paseo. Hacia las cuatro de la madrugada, un hombre quedó sorprendido, al cruzarse con un muchacho de unos quince años, que caminaba con el rostro bañado en lágrimas.

imagen tomada de: otromundoposible.blogspot.es

miércoles, 29 de febrero de 2012

El peligroso conocimiento. Parte I

Este documental trata sobre el pequeño grupo de las mentes más brillantes que desarmaron nuestras cómodas certidumbres sobre el universo. También trata sobre cómo la realidad los abrumó a tal grado que terminaron con su juicio y con sus vidas gracias a...el peligroso conocimiento (Dangerous Knowledge.Part 1)

martes, 31 de enero de 2012

David Bowie: un genio...de las finanzas


Seguramente ha escuchado el nombre de David Bowie, debido a que se trata de uno de los cantantes más importantes, carismáticos e influyentes en la historia del Rock, según prestigiosas publicaciones como Rolling Stone.

Desde sus inicios a finales de la década de los 60´s, este hombre impresiono a la industria musical con la edición de clásicos como: Ziggy Stardust and the spiders from mars y la aparición de sencillos como Space Oddity.

De ahí en adelante sus éxitos musicales vinieron aparejados con múltiples cambios de imagen y conceptos que le valieron el sobrenombre del “Camaleón” el cual subsiste hasta la fecha. Esa cualidad le ha permitido incluso reinventarse ir cambiando década tras década y convertirse junto con su música en una parte fundamental de esas épocas.

Este personaje también es poseedor de una amplia cultura. Muchos recuerdan todavía su único concierto en la ciudad de México a finales de los años 90´s durante la promoción del disco Earthling en el cual en un casi perfecto español, hablo a un pletórico foro sol sobre su visita a las pirámides de Teotihuacan, incluso es recordado por muchos como actor por sus aspiraciones en el hombre elefante, la película infantil Laberinto o por su papel de Poncio Pilatos en la ultima tentación de Cristo, por mencionar unos de sus muchos éxitos.

Pero David Bowie no solo ha sido un innovador en los escenarios, en Enero de 1997 este hombre sorprendió a la comunidad musical y financiera al levantar 55 millones de dólares mediante la bursatilizacion de los derechos de sus canciones.

Una Bursatilizacion es un proceso realmente sencillo, que poco a poco ha sido utilizado por una gran cantidad de empresas y organismos para hacerse de recursos y hacer realidad hoy los beneficios económicos que tendrán en un periodo de tiempo mucho mas largo.

El procedimiento fue el siguiente, el organismo emisor en este caso Bowie, efectúo una emisión de Bonos, los cuales son intercambiados por los inversionistas en diferentes bolsas del mundo, estos Bonos contaban con una garantía, consiste en las regalías que el cantante recibiría por los derechos de los 25 discos que edito antes del año de 1990, la operación fue estructurada por el banquero David Pullman, quien fue considerado como una de los 100 innovadores mas influyentes a nivel mundial.

Los “Bonos Bowie” ofrecieron a los inversionistas un rendimiento del 7.9% y tuvieron un plazo de 10 años, la suscripción, recuerdan los diarios financieros de la época, se cubrió en su totalidad en una hora.

El Tiempo demostró que incluso las obras intelectuales pueden ser apreciadas por el público inversionista y tienen todo el derecho de generar regalías para sus creadores.

Con el tiempo los inversionistas fueron recibiendo sus intereses producidos por la inversión en los Bonos del cantante, mientras Bowie pudo recibir en una exhibicion los recursos que recibiría por concepto de regalías a lo largo de esos 10 años.

Vale la pena recordar que la bursatilizacion ha sido un instrumento ampliamente explotado en los países desarrollados e incluso en México existen casos de éxito que se pueden recordar.

Por ejemplo en el 2004 el Infonavit conformo un fideicomiso con los recursos que obtenía producto del pago de un seleccionado grupo de créditos y con esos montos respaldo la emisión de Certificados Bursátiles en la Bolsa Mexicana.

Un esquema similar han seguido diversos municipios y estados de la Republica Mexicana quienes han colocado en fideicomisos los recursos provenientes de participaciones federales o del cobro de determinados derechos o impuestos para respaldar sus emisiones.

Desde aquella colocación de Bowie otros novelistas y cantantes replicaron el modelo como James Brown, Rod Stewart y grupos como Iron Maiden.

Con parte de esos 55 millones de dólares, el “Camaleón” se decidió a participar en una serie de empresas demasiado innovadoras para su época como un Banco en Línea, una empresa proveedora de servicios de Internet y una estación de radio en la red.

Créditos: AMIB / Blog de Finanzas UP

lunes, 30 de enero de 2012

Agenda de bolsillo: efemérides literarias del mes de febrero

En el mes de febrero también hay grandes nombres:

2 de febrero de 1882: nace James Joyce, seguro lo conoces por su obra maestra: Ulises.
3 de febrero de 1947: nace Paul Auster, sin duda un referente de la literatura moderna.
7 de febrero de 1812: nace Charles Dickens, seguro lo recuerdas cada fin de año con A Christmas carol
17 de febrero de 1836: nace Gustavo A. Bécquer, famoso poeta perteneciete al movimiento del Romanticismo, Su obra es muy extensa, y es fácil conseguir sus obras completas.
19 de febrero de 1939: nace el extraordinario escritor peruano Alfredo Bryce Echenique

viernes, 20 de enero de 2012

Manifiesto Hacker (#StopSOPA)


En noviembre de 2004, McKenzie Wark, investigador australiano, editó su libro “A Hacker Manifesto” y, a propósito del conocimiento, dice lo siguiente:
“Creo que la economía de mercado ha entrado a una nueva fase. Primero convirtió la tierra en mercancía, luego el capital, ahora la información. Esto da pie a tres clases gobernantes sucesivas —terratenientes, capitalistas y lo que yo llamo vectorialistas— La clase vectorialista controla los vectores (agentes que transportan algo de un lugar a otro) a lo largo de los cuales se mueve la información.

La clase vectorialista quiere absorber toda la información dentro del sistema de propiedad privada. No ven al conocimiento como la riqueza común de la humanidad, la ven como un negocio, entonces, la clase hacker tiene que elegir: se puede alinear con este interés vectorialista al convertir todo el conocimiento, la ciencia y la cultura en simplemente otro negocio; o podemos oponer resistencia, al crear nuevos tipos de comunas de información, donde el conocimiento y el arte y la ciencia y la cultura puedan ser compartidos por todos...”



The Hacker Manifesto

by
+++The Mentor+++
Written January 8, 1986
Another one got caught today, it's all over the papers. "Teenager Arrested in Computer Crime Scandal", "Hacker Arrested after Bank Tampering"...

Damn kids. They're all alike.

But did you, in your three-piece psychology and 1950's technobrain, ever take a look behind the eyes of the hacker? Did you ever wonder what made him tick, what forces shaped him, what may have molded him?

I am a hacker, enter my world...

Mine is a world that begins with school... I'm smarter than most of the other kids, this crap they teach us bores me...

Damn underachiever. They're all alike.

I'm in junior high or high school. I've listened to teachers explain for the fifteenth time how to reduce a fraction. I understand it. "No, Ms. Smith, I didn't show my work. I did it in my head..."

Damn kid. Probably copied it. They're all alike.

I made a discovery today. I found a computer. Wait a second, this is cool. It does what I want it to. If it makes a mistake, it's because I screwed it up. Not because it doesn't like me... Or feels threatened by me.. Or thinks I'm a smart ass.. Or doesn't like teaching and shouldn't be here...

Damn kid. All he does is play games. They're all alike.

And then it happened... a door opened to a world... rushing through the phone line like heroin through an addict's veins, an electronic pulse is sent out, a refuge from the day-to-day incompetencies is sought... a board is found. "This is it... this is where I belong..." I know everyone here... even if I've never met them, never talked to them, may never hear from them again... I know you all...

Damn kid. Tying up the phone line again. They're all alike...

You bet your ass we're all alike... we've been spoon-fed baby food at school when we hungered for steak... the bits of meat that you did let slip through were pre-chewed and tasteless. We've been dominated by sadists, or ignored by the apathetic. The few that had something to teach found us willing pupils, but those few are like drops of water in the desert.

This is our world now... the world of the electron and the switch, the beauty of the baud. We make use of a service already existing without paying for what could be dirt-cheap if it wasn't run by profiteering gluttons, and you call us criminals. We explore... and you call us criminals. We seek after knowledge... and you call us criminals. We exist without skin color, without nationality, without religious bias... and you call us criminals. You build atomic bombs, you wage wars, you murder, cheat, and lie to us and try to make us believe it's for our own good, yet we're the criminals.

Yes, I am a criminal. My crime is that of curiosity. My crime is that of judging people by what they say and think, not what they look like. My crime is that of outsmarting you, something that you will never forgive me for.

I am a hacker, and this is my manifesto. You may stop this individual, but you can't stop us all... after all, we're all alike.

viernes, 6 de enero de 2012

La última pregunta - Isaac Asimov

LA ÚLTIMA PREGUNTA se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:

Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmisores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.

Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.

Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso, los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se necesitaba demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de ambos.

Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.

La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda la Tierra se conectó con una pequeña estación – de un kilómetro y medio de diámetro - que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna,para funcionar con rayos invisibles de energía solar.

Siete días no habían alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell y Lupov finalmente lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa, clasificando datos con clicks satisfechos y perezozos, Multivac también se había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían intención de perturbarla.

Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida.

- Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior.- Toda la energía que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada. Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.

Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.
- No para siempre -dijo.
- Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
- Entonces no es para siempre.
- Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil
millones, tal vez. ¿Estás satisfecho?

Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.
- Veinte mil millones de años no es "para siempre".
- Bien, pero superará nuestra época, ¿verdad?
- También la superarán el carbón y el uranio.
- De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.
- No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé.
- Entonces deja de quitarle méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy bien.
- ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ... ¿y luego? - Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro.- Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.

Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
- Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
- No estoy pensando nada.
- Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ese es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo sorprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
- Entiendo -dijo Adell-. No grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán muerto también.
- Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan. Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
- Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor propio.
- ¡Qué vas a saber!
- Sé tanto como tú.
- Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
- Muy bien. ¿Quién dice que no?
- Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste "para siempre".
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
- Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
- Nunca.
- ¿Por qué no? Algún día.
- Nunca.
- Pregúntale a Multivac.
- Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.

Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto:

¿Podrá la humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aun después que haya muerto de viejo?

O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como ésta:
¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía
del universo?

Multivac enmudeció. Los lentos resplandores cesaron, los clicks distantes de los transmisores terminaron.
Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente. Aparecieron cinco palabras impresas:

DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

- No hay respuesta -murmuró Lupov.
Salieron apresuradamente. A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente.


Jerrod, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en la pantalla visora mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme polvo de estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.

- Es X-23 - dijo Jerrod con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos. Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando:
- Hemos llegado a X-23 ... hemos llegado a X-23 ... hemos llegado a X-23 ... hemos llegado ...
- Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrod?
- ¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrod, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo.Tenía la misma longitud que la nave.

Jerrod sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.

Jerrod y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir
en los cómodos sectores residenciales de la nave.

Cierta vez alguien le había dicho a Jerrod, que el "ac" al final de "Microvac" quería decir "computadora analógica" en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.

Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró la pantalla.
- No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.
- ¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrod-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará super-poblado. -Luego agregó, después de una pausa reflexiva- Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan desarrollado los viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la raza.
- Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza. Jerrodette I dijo de inmediato:
- Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.
- Eso creo yo también -repuso Jerrod, desordenándole el pelo.

Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrod estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados.

Sólo había una por planeta. Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.

Jerrod se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia
Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje interespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas.

- Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.
- No siempre -respondió Jerrod, con una sonrisa-. Todo eso terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.
- ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.
- Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkie-talkie, ¿recuerdas?
- No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?
- Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía.
Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.
- No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.
- Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine exasperada.
- ¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrod también en un susurro.
- Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
- Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán.
Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también. Jerrod se encogió de hombros.
- Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen,
ella nos lo dirá.
Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:
- Imprimir la respuesta.

Jerrod retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente:
- Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.
Jerrodine dijo:
- Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrod leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:

DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

Se encogió de hombros y miró la pantalla. El X-23 estaba exactamente delante.


VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en pequeña escala de la Galaxia y dijo:
- ¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza.
- Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.
Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas esbeltas.
- Sin embargo -dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe
pesimista al Consejo Galáctico.
- Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay otro remedio.
VJ-23X suspiró.
- El espacio es infinito. Hay cien billones de galaxias disponibles.
- Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito.

¡Piénsalo! Hace veinte mil años, la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar energía estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes interestelares. A la humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego sólo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica cada diez años ...
VJ-23X lo interrumpió:
- Eso debemos agradecérselo a la inmortalidad.
- Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado complicado. La Galáctica AC nos ha solucionado muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la vejez y la muerte, anuló todas las otras soluciones.
- Sin embargo, no creo que desees abandonar la vida.
- En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato- No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?
- Doscientos veintitrés. ¿Y tú?
- Yo todavía no tengo doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez que se llene la galaxia, habremos llenado otra en diez años. Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro más. En cien años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
VJ-23X dijo:
- Como problema paralelo está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar se necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una galaxia a la siguiente.
- Muy buena observación. La humanidad ya consume dos unidades de energía solar por año.
- La mayor parte de esta energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia galaxia sola gasta mil unidades de energía solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.
- De acuerdo, pero aun con una eficiencia de un cien por ciento, sólo podemos postergar el final. Nuestras necesidades energéticas crecen en progresión geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin energía todavía más rápido que sin galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.
- Simplemente tendremos que construir nuevas estrellas con gas interestelar.
- ¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.
- Puede haber alguna forma de revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a Galáctica AC.

VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él.
- No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar algún día.

Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la humanidad y, a su vez era parte integral suya.
MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver a Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que contenía la materia dentro de la cual las oleadas de submesones ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía mil diez metros de ancho.

Repentinamente MQ-17J preguntó a su contacto AC:
- ¿Es posible revertir la entropía?
VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato:
- Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar
eso.
- ¿Por qué no?
- Los dos sabemos que la entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las cenizas en un árbol.
- ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio.

Dijo:

DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

VJ-23X dijo:
- ¡Ves!
Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo Galáctico.


La mente de Zee Prime abarcó la nueva galaxia con un leve interés en los incontables racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes. ¿Alguna vez las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de humanidad ... una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.
¡En las mentes, no en los cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, suspendidos sobre los eones. A veces despertaban a una actividad material pero eso era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos nacían para unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero,¿qué importaba? Había poco lugar en el universo para nuevos individuos.
Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra mente.
- Soy Zee Prime. ¿Y tú?
- Soy Dee Sub Wun. ¿Tu galaxia?
- Sólo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?
- Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia a su galaxia, y nada más. ¿Por qué será?
- Porque todas las galaxias son iguales.
- No todas. En una galaxia en particular debe de haberse originado la raza humana. Eso la hace diferente.
Zee Prime dijo:
- ¿En cuál?
- No sabría decirte. La Universal AC debe de estar enterada.
- ¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.

Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se encogieron y se convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande. Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus seres inmortales, todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que vagaban libremente por el espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia original. Una de ellas tenía en su pasado vago y distante, un período en que había sido la única galaxia poblada por el hombre.

Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa galaxia y gritó:
- ¡Universal AC! ¿En qué galaxia se originó el hombre?
La Universal AC oyó, porque en todos los mundos tenía listos sus receptores, y cada receptor conducía por el hiperespacio a algún punto desconocido donde la Universal AC se mantenía independiente.

Zee Prime sólo sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la Universal AC, y sólo informó sobre un globo brillante, de sesenta centímetros de diámetro, difícil de ver.
- ¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.
- La mayor parte -fue la respuesta- está en el hiperespacio. No puedo imaginarme en qué forma está allí.

Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día –y eso Zee Prime lo sabía- en que algún hombre tuvo parte en construir la Universal AC. Cada Universal AC diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia de un millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para construir una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar dumergido y almacenado su propio acopio de información e individualidad.

La Universal AC interrumpió los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con directivas. La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de galaxias donde una en particular se agrandaba hasta convertirse en estrellas.

Llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro:

ESTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.

Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de desilusión.
Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:
- ¿Y una de estas estrellas es la estrella original del hombre?

La Universal AC respondió:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE SE HA HECHO NOVA. ES UNA ENANA BLANCA.

- ¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.

La Universal AC respondió:
COMO SUCEDE EN ESTOS CASOS UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FISICOS FUE CONSTRUIDO A TIEMPO.

- Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aun así lo invadió una sensación de pérdida. Su mente dejó de centrarse en la galaxia original del hombre, y le permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos.
No quería volver a verla.
Dee Sub Wun dijo:
- ¿Qué sucede?
- Las estrellas están muriendo. La estrella original ha muerto.
- Todas deben morir. ¿Por qué no?
- Pero cuando toda la energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con ellos.
- Llevará billones de años.
- No quiero que suceda, ni siquiera dentro de billones de años. ¡Universal AC! ¿Cómo puede evitarse que las estrellas mueran?
Dee Sub Wun dijo, divertido:
- ¿Estás preguntando cómo podría revertirse la dirección de la entropía.

Y la Universal AC respondió:
TODAVIA HAY DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

Los pensamientos de Zee Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una galaxia a un trillón de años luz de distancia, o en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.
Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el cual construir una pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna vez, al menos podrían construirse algunas.


El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción.
El Hombre dijo:
- El Universo está muriendo.
El Hombre miró a su alrededor a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro de la oscuridad del pasado distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas, que finalmente se desvanecían.

Se habían creado nuevas estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por procesos naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando. Las enanas blancas aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así liberadas se construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil estrellas enanas blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.

El Hombre dijo:
- Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la energía que todavía queda en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aun así eventualmente todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que se la racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía aumenta continuamente.

El Hombre dijo:
- ¿Es posible revertir la entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC. La AC los rodeó pero no en el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el espacio. Estaba en el hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía. La pregunta sobre su tamaño y su naturaleza ya no tenía un sentido comprensible para el Hombre.

- Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿cómo puede revertirse la entropía?

La Cósmica AC dijo:
LOS DATOS SON TODAVIA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

El Hombre ordenó:
- Recoge datos adicionales.
La Cósmica AC dijo:
LO HARE. HACE CIENTOS DE BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO.
MIS PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS VECES ESTA PREGUNTA.
TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.

- ¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los datos sean suficientes o el problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?
La Cósmica AC dijo:
NINGUN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS CONCEBIBLES.

El Hombre preguntó:
- ¿Cuándo tendrás suficientes datos para responder a la pregunta?
La Cósmica AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVIA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

- ¿Seguirás trabajando en esto? -preguntó el Hombre.
La Cósmica AC respondió:
SI.

El Hombre dijo:
- Esperaremos.


Las estrellas y las galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se volvió negro después de tres trillones de años de desgaste. Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia. La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que sólo incluía la borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.

El Hombre dijo:
- AC, ¿es éste el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?

AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVIA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

La última mente del Hombre se fusionó y sólo AC existió en el hiperespacio.

La materia y la energía se agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC existía solamente para la última pregunta que nunca había sido respondida desde la época en que dos técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones de años antes, formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho menos de lo que para un hombre el Hombre.

Todas las otras preguntas habían sido contestadas, y hasta que esa última pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su conciencia.

Todos los datos recogidos habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger.

Pero toda la información reunida todavía tenía que ser completamente correlacionada y unida en todas sus posibles relaciones.

Se dedicó un intervalo sin tiempo a hacer esto.

Y sucedió que AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía.

Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar la respuesta a la última pregunta. No había materia. La respuesta –por demostración- se ocuparía de eso también.

Durante otro intervalo sin tiempo, AC pensó en la mejor forma de
hacerlo.

Cuidadosamente, AC organizó el programa.

La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un Universo y pensó en lo que en ese momento era el Caos. Debía hacerse paso a paso.

Y AC dijo:
¡HAGASE LA LUZ!

Y la luz se hizo ...

martes, 3 de enero de 2012

Agenda de bolsillo: efemérides literarias del mes de enero

Enero trae en sus efemérides a verdaderos genios de la literatura:

2 de enero de 1920: nace Isaac Asimov. Sin duda un ícono de la ciencia ficción. Seguro has leído Yo Robot
3 de enero de 1892: nace John Tolkien. Seguro lo conoces como J.R.R. Tolkien...¿te suena El señor de los anillos?
16 de enero de 1897: nace el genial poeta tabasqueño Carlos Pellicer
17 de enero de 1860: nace Antón Chéjov, prolífico escritor ruso además de médico. Tiene montones de obras de teatro y de relatos cortos. Te recomiendo El Camaleón
18 de enero de 1867: nace el inigualable poeta nicaragüense Rubén Darío
19 de enero de 1809: nace Edgar Allan Poe. Seguro lo conoces por sus famosos cuentos. Porrúa tiene muy buenas antologías...corre por una.
22 de enero de 1928: nace Jorge Ibargüengoitia. Indispensable de la literatura latinoamericana. Periodista, escritor, genio.
24 de enero de 1934: nace Gabriel Zaid. Lo que se diga de él es poco. Una de las mentes más brillantes de este país. En este blog somos fans.
25 de enero de 1882: nace Virginia Woolf, extraordinaria escritora británica.
27 de enero de 1814: nace Lewis Carroll. En este blog somos fans. Seguro lo conoces por ALicia en el país de las maravillas.
28 de enero de 1853: nace José Martí, político, pensador y poeta cubano. Además de ser considerado como un símbolo de la nacionalidad cubana tiene una amplia obra poética y epistolar. Te recomiendo leer Nuestra América.

lunes, 2 de enero de 2012

El Señor Mostaza




Cuando llegaba la hora del té el universo se detenía para el señor Mostaza. El cucú salía cinco veces del reloj del salón anunciando que había llegado ya la hora del descanso. - El séptimo día cuando terminaron el mundo allí arriba debieron celebrarlo alrededor de una taza de té- repetía rotundo, absolutamente convencido, mientras depositaba la cuchara en el platillo y sorbía el oscuro líquido. El señor Mostaza no necesitaba álbumes de fotos, jamás escribió un diario, no guardaba recortes de periódicos, ni entradas de partidos de fútbol, tampoco almacenaba frascos de colonia vacíos, ni guardaba cartas perfumadas con restos de lápiz labial de amores adolescentes. Nada, absolutamente nada; todo estaba dentro de aquellas diminutas bolsas de algodón. Cientos de sobres de cientos de sabores diferentes que activaban todos sus recuerdos; junto a la menta, grosella, hierbabuena, anís, té verde y manzanilla encontraba cada tarde todo lo que creía olvidado. Los recuerdos del señor Mostaza no estaban en su cabeza sino en su paladar. Un asombroso paladar capaz de distinguir aromas y sabores. El señor Mostaza almacenaba así fechas, lugares, teléfonos, nombres, caras, besos furtivos, texturas y muchísimo más de lo que pudiera apilar en cualquier estantería desordenada. El ritual del té era para el señor Mostaza una especie de regresión en el tiempo, de la que nadie, absolutamente nadie, sospechaba nada. Sorbía un trago y paseaba por su existencia, su infancia, su adolescencia, y su más reciente madurez. Pero hoy es un día diferente, el señor Mostaza ha vertido agua en una de sus tazas de porcelana, ha retirado la bolsita con el té dejándolo reposar, ha sorbido despacio el líquido y se ha sentido profundamente inquieto. El señor Mostaza no se ha conmovido. Ninguna imagen, ningún sentimiento, ningún dato... Como si hubieran vaciado gran parte de su historia se ha levantado presuroso del sofá y ha deseado saltar... saltar al vacío desde la ventana del salón a una altura de siete pisos. Sin embargo repentinamente algo le ha hecho descartar la idea, asustado ha revuelto los cajones hasta que ha encontrado un bolígrafo que ha cogido con su mano derecha, sudorosa, fría y temblorosa. En un cuaderno en blanco ha comenzado a escribir con letra quebradiza arriba en el margen derecho: “Domingo, primero de enero de 2012”.El señor Mostaza hoy ha sentido que comenzaba una nueva vida.