lunes, 2 de enero de 2012

El Señor Mostaza




Cuando llegaba la hora del té el universo se detenía para el señor Mostaza. El cucú salía cinco veces del reloj del salón anunciando que había llegado ya la hora del descanso. - El séptimo día cuando terminaron el mundo allí arriba debieron celebrarlo alrededor de una taza de té- repetía rotundo, absolutamente convencido, mientras depositaba la cuchara en el platillo y sorbía el oscuro líquido. El señor Mostaza no necesitaba álbumes de fotos, jamás escribió un diario, no guardaba recortes de periódicos, ni entradas de partidos de fútbol, tampoco almacenaba frascos de colonia vacíos, ni guardaba cartas perfumadas con restos de lápiz labial de amores adolescentes. Nada, absolutamente nada; todo estaba dentro de aquellas diminutas bolsas de algodón. Cientos de sobres de cientos de sabores diferentes que activaban todos sus recuerdos; junto a la menta, grosella, hierbabuena, anís, té verde y manzanilla encontraba cada tarde todo lo que creía olvidado. Los recuerdos del señor Mostaza no estaban en su cabeza sino en su paladar. Un asombroso paladar capaz de distinguir aromas y sabores. El señor Mostaza almacenaba así fechas, lugares, teléfonos, nombres, caras, besos furtivos, texturas y muchísimo más de lo que pudiera apilar en cualquier estantería desordenada. El ritual del té era para el señor Mostaza una especie de regresión en el tiempo, de la que nadie, absolutamente nadie, sospechaba nada. Sorbía un trago y paseaba por su existencia, su infancia, su adolescencia, y su más reciente madurez. Pero hoy es un día diferente, el señor Mostaza ha vertido agua en una de sus tazas de porcelana, ha retirado la bolsita con el té dejándolo reposar, ha sorbido despacio el líquido y se ha sentido profundamente inquieto. El señor Mostaza no se ha conmovido. Ninguna imagen, ningún sentimiento, ningún dato... Como si hubieran vaciado gran parte de su historia se ha levantado presuroso del sofá y ha deseado saltar... saltar al vacío desde la ventana del salón a una altura de siete pisos. Sin embargo repentinamente algo le ha hecho descartar la idea, asustado ha revuelto los cajones hasta que ha encontrado un bolígrafo que ha cogido con su mano derecha, sudorosa, fría y temblorosa. En un cuaderno en blanco ha comenzado a escribir con letra quebradiza arriba en el margen derecho: “Domingo, primero de enero de 2012”.El señor Mostaza hoy ha sentido que comenzaba una nueva vida.

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