miércoles, 8 de julio de 2015

Fish out of water - Chris Squire

Chris Squire no tocaba el bajo con los dedos. Lo hacía con una plumilla, tal como los guitarritas hacen con su instrumento. Acaso por eso lo sui -generis de su sonido, acaso por eso la diferencia con los muchos bajistas de las muchas bandas de rock.

En 1975, tan sólo tres años después de que Yes lanzara su Close to the edge y a nada de haber presentado Relayer, el espigado bajista presenta su primer trabajo como solista: Fish out of water donde además de demostrar su depurada técnica con las 4 cuerdas, demuestra que es un gran cantante.

El disco fusiona las tendencias de la época y además de que incorpora a grandes músicos como Patrick Moraz, Bill Bruford, Mel Collins y Andrew Jackman, incorpora a lo largo de toda la obra arreglos de orquesta y figuras de contrapuntos y cánones.

Pero basta de palabras y como dice mi buen amigo Alonso Arreola: abramos las puertas del delirio y que suene Chris Squire . ¡Que lo disfrutes!

domingo, 5 de julio de 2015

Close to the edge - Yes

No sé si por la muerte de Chris Squire o por que en las efemérides literarias de este mes está Hermann Hesse. Sea cual sea la razón vino a mi mente este gran álbum de 1972, donde la banda inglesa ya contaba con la alineación que la convertiría en una fuera de serie ( Bill Bruford, Rick Wakeman, Jon Anderson, Chris Squire y Steve Howe). Para entonces ya habìan editado 4 discos, pero Close to the edge consagró a la banda. 


Son, propiamente dicho, 3 partes: Close to the edge, And you and I y Siberian Khatru y tiene todo que ver con el capítulo llamado A la orilla del río del emblemático Siddartha de Hermann Hesse.
Este disco ha sido analizado y reseñado hasta la saciedad, lo que pueda añadirse es poco, así es que mejor tómense 40 minutos de su vida para escucharlo de un jalón y disfrutar de uno de los mejores discos de rock progresivo que ha conocido la humanidad. Abramos pues las puertas del delirio y que suene Yes...¡Que lo disfruten!




Límites - Jorge Luis Borges


De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan.

sábado, 4 de julio de 2015

Sólo la muerte - Pablo Neruda

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.