Agustín llegaba por la tarde a la casa. Estuviera Nacho o no, saludaba a mi abuela y se sentaba a escuchar el disco. Su figura sin garbo y sus demasiados cabellos le asemejaban a esas míticas figuras de cera frente a la tumba. El estruendo de su risa (sin aparente motivo) y la música de fondo llenaban la habitación.
Mira, estos son los viejos Beatles que asisten a su funeral, me decía. Y estos son los nuevos, llenos de colores, de imaginación, de irreverencia. ¿Sabías que Hitler iba a aparecer en la portada? ¿Y Tin tan? bueno, hasta Jesucristo iba a estar ahí.
Es la primera funda de un LP que se abre como si fuera una revista, continuaba, y mira: Paul está de espaldas, lo que significa que está muerto.
Escucha, escucha...me decía mientras el disco de vinyl rojo giraba en el tocadiscos. Giraba y giraba hasta llegar a la parte donde una cinta al revés y unos extraños sonidos que sólo pueden escuchar los perros se quedaban sonando hasta el infinito...
Mañana lo escuchamos de nuevo y luego ponemos el Abbey Road, ¿sale y vale?
Agustín regresó todas las tardes durante un año entero. Después desapareció.
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