The Electric Mayhem, comandada por Dr. teeth (teclados, piano y vocales), es la banda anfitriona del legendario Show de los Muppets. Floyd Pepper (bajo y vocales), Zoot (saxofón) , Janice (guitarra) y el inigualable Animal (batería) completan la alineación de esta sin igual banda que desde la década de los 70's hace las delicias de chicos y grandes.
Aquí Zoot y Rwolf tocando jazz. ¡Feliz día del niño! ¡Feliz día del jazz!
Que no le digan, que no le cuenten, aquí le vengo a mostrar lo que ni los más grandes científicos acaban por comprobar.
miércoles, 29 de abril de 2015
lunes, 27 de abril de 2015
Kind of blue - Miles Davis
El álbum que marcó un cambio de era en el Jazz, "Kind of blue", es uno de los trabajos fundamentales de Miles Davis. Quizá, la obra de jazz por antonomasia, y probablemente el mejor disco de la historia de éste género. El título Kind of Blue ("Una especie de tristeza"), evoca el encuentro que tuvo el trompetista años antes con una viejita de Arkansas que cantaba gospel y su castigada voz. Según Davis, la experiencia de aquella mujer y de la mayoría de gente negra de su país era una experiencia de Kind of Blue... seguir leyendo
Así que abramos las puertas del delirio y ¡que suene Miles Davis!
Así que abramos las puertas del delirio y ¡que suene Miles Davis!
sábado, 18 de abril de 2015
Un viaje a Citerea - Charles Baudelaire
De Les Fleurs du mal (1857), obra máxima de Baudelaire:
Un viaje a Citerea
Mi corazón, como un pájaro, voltigeaba gozoso
Y planeaba libremente alrededor de las jarcias;
El navío rolaba bajo un cielo sin nubes,
Cual un ángel embriagado de un sol radiante.
¿Qué isla es ésta, triste y negra? —Es Citerea,
Nos dicen, país celebrado en las canciones,
El dorado banal de todos los galanes en el pasado.
Mirad, después de todo, no es sino un pobre erial.
—¡Isla de los dulces secretos y de los regocijos del corazón!
De la antigua Venus, soberbio fantasma
Sobre tus aguas ciérnese un como aroma,
Que satura los espíritus de amor y languidez.
Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores abiertas,
Venerada eternamente por toda nación,
Donde los suspiros de los corazones en adoración
Envuelven como incienso sobre un rosedal
Donde el arrullo eterno de una torcaz
-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,
Un desierto rocoso turbado por gritos agrios.
¡Yo, empero, vislumbraba un objeto singular!
No era aquello un templo sobre las umbrías laderas,
Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
Acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,
Entreabriendo su túnica las brisas pasajeras;
Pero, he aquí que rozando la costa, más de cerca
Para turbar los pájaros con nuestras velas blancas,
Vimos que era una horca de tres ramas,
Destacándose negra sobre el cielo, como un ciprés.
Feroces pájaros posados sobre su cebo
Destruían con saña un ahorcado ya maduro,
Cada uno hundiendo, cual instrumento, su pico impuro
En todos los rincones sangrientos de aquella carroña;
Los ojos eran dos agujeros, y del vientre desfondado
Los intestinos pesados caíanle sobre los muslos,
Y sus verdugos, ahítos de horribles delicias,
A picotazos lo habían absolutamente castrado.
Bajo los pies, un tropel de celosos cuadrúpedos,
El hocico levantado, husmeaban y rondaban;
Una bestia más grande en medio se agitaba
Como un verdugo rodeado de ayudantes.
Habitante de Citerea, hijo de un cielo tan bello,
Silenciosamente tu soportabas estos insultos
En expiación de tus infames cultos
Y de los pecados que te ha vedado el sepulcro.
Ridículo colgado, ¡tus dolores son los míos!
Sentí, ante el aspecto de tus miembros flotantes,
Como una náusea, subir hasta mis dientes,
El caudal de hiel de mis dolores pasados;
Ante ti, pobre diablo, inolvidable,
He sentido todos los picos y todas las quijadas
De los cuervos lancinantes y de las panteras negras
Que, en su tiempo, tanto gustaron de triturar mi carne.
—El cielo estaba encantador, la mar serena;
Para mí todo era negro y sangriento desde entonces.
¡Ah! y tenía, como en un sudario espeso,
El corazón amortajado en esta alegoría.
En tu isla, ¡oh, Venus! no he hallado erguido
Mas que un patíbulo simbólico del cual pendía mi imagen...
—¡Ah! ¡Señor! ¡Concédeme la fuerza y el coraje
De contemplar mi corazón y mi cuerpo sin repugnancia!
lunes, 13 de abril de 2015
Pobrezas - Eduardo Galeano
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no tienen silencio ni pueden comprarlo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar,
como las alas de las gallinas se han olvidado de volar.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen el derecho de respirar mierda,
como si fuera aire, sin pagar nada por ella.
Pobres,
lo que se dice pobres
son los que no tienen más libertad de elegir entre uno y otro canal de televisión.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no saben que son pobres.
domingo, 12 de abril de 2015
Slalom. Música con sustancia
"Donde quiera que estemos lo que más oímos es ruido. Cuando lo ignoramos nos molesta. Cuando lo escuchamos nos parece fascinante" John Cage
De ninguna manera soy músico. No soy crítico musical tampoco, no me pagan por eso. Mi conciencia está limpia y mi reputación no está en juego. Quizás por eso me puedo sentar a escuchar un disco (si, leíste bien, amable lector, un disco, una de esas tortillas de color plata que contiene en sus imperceptibles estrías bits de información que cobran sentido cuando los haces sonar) sin emitir otro juicio que no sea: me gusta o no me gusta.
En el hipotético caso de que pudiéramos alcanzar un gozo estrictamente musical, dejando en el olvido nuestros recuerdos y emociones y atendiéramos a los sonidos, nos daríamos cuenta de que es en ellos, y no en otro lugar donde radica la belleza. Y en realidad poco puedo decir de la estética musical del siglo XX y de la recién iniciada centuria, no soy quién para hacerlo. Lo que sí, es que uno agradece cuando la música tiene sustancia, cuando encierra esa verdad que no puede ser dicha, que sólo puede ser escuchada. Uno agradece a los músicos inteligentes, a sus discursos honestos, a sus producciones independientes.
Ayer un buen amigo me obsequió la primera producción de Slalom slalomtheband.wix.com. Un EP con 6 rolas que he escuchado más de 5 veces desde entonces y que inspiró en mi mente lo que acaban de leer. Gracias a Esteban Blancas por presentarme a la banda. Gracias a la banda por la sustancia, la inteligencia y por los ruidos que, una vez que los escuchas, resultan fascinantes.
De ninguna manera soy músico. No soy crítico musical tampoco, no me pagan por eso. Mi conciencia está limpia y mi reputación no está en juego. Quizás por eso me puedo sentar a escuchar un disco (si, leíste bien, amable lector, un disco, una de esas tortillas de color plata que contiene en sus imperceptibles estrías bits de información que cobran sentido cuando los haces sonar) sin emitir otro juicio que no sea: me gusta o no me gusta.
En el hipotético caso de que pudiéramos alcanzar un gozo estrictamente musical, dejando en el olvido nuestros recuerdos y emociones y atendiéramos a los sonidos, nos daríamos cuenta de que es en ellos, y no en otro lugar donde radica la belleza. Y en realidad poco puedo decir de la estética musical del siglo XX y de la recién iniciada centuria, no soy quién para hacerlo. Lo que sí, es que uno agradece cuando la música tiene sustancia, cuando encierra esa verdad que no puede ser dicha, que sólo puede ser escuchada. Uno agradece a los músicos inteligentes, a sus discursos honestos, a sus producciones independientes.
Ayer un buen amigo me obsequió la primera producción de Slalom slalomtheband.wix.com. Un EP con 6 rolas que he escuchado más de 5 veces desde entonces y que inspiró en mi mente lo que acaban de leer. Gracias a Esteban Blancas por presentarme a la banda. Gracias a la banda por la sustancia, la inteligencia y por los ruidos que, una vez que los escuchas, resultan fascinantes.
martes, 7 de abril de 2015
Folklore, no cultura
Dice Pablo
Gonzalez Casanova que la verdadera democracia implica que todos los ciudadanos
participen de manera equitativa de los ingresos, la cultura y el poder. Si no
es así no es democracia, es puro folklore democrático.
Las cifras
de pobreza y los privilegios de la clase política dejan claro que los
ciudadanos no asisten a la fiesta de los dos primeros pero, ¿qué pasa con la
cultura? ¿participan los ciudadanos de ella? ¿existen políticas públicas al
respecto? ¿representa la cultura un negocio? En lo sucesivo responderemos a
estas interrogantes.
Aparentemente
cultura y política son dos esferas que no tienen punto de intersección, que
pertenecen a mundos totalmente diferentes. Sin embargo, es deber del Estado
promover el acceso a la cultura, garantizar el derecho de los ciudadanos y
fomentar la participación activa en ella. Acaso la controversia radica en el
cómo debe intervenir el Estado en el ámbito cultural, cuáles son sus deberes,
cuáles sus límites, cuáles sus estrategias. Según palabras de Mounir Bouchenaki
(responsable del sector cultura de la UNESCO), ante la privatización creciente
de la vida científica, social y cultural, se debe proteger y reforzar el
carácter de bienes públicos de la educación, la cultura y la ciencia. Es
imprescindible en esta mecánica que el Estado respete la expresión y la
diversidad cultural. Es deber del Estado impulsar el arte y la cultura, no
crear. Siempre la política pública debe buscar estimular, contribuir al
florecimiento de las artes, de la creatividad y de la libertad de expresión de
cada individuo y de cada cultura.
Y es que más allá del aspecto filosófico del desarrollo
humano, los conceptos axiológicos y el factor de cohesión social que
representa, la cultura es un motor económico importante: la industria creció más que ninguna, según datos de la UNESCO, de 1980 a 1998 pasando de
47,500 millones a 174,000 millones de dólares, lo que significa un incremento
en la participación del PIB de EUA de 3.65% a 7.0%. Mediciones similares para
Europa indican un incremento en la participación del producto interno de 4.5% a
5.5% y para los países miembros del MERCOSUR una participación promedio de 3.8%
en sus respectivos productos internos. Recientemente en México se desarrolló
una metodología similar de medición que indica que la industria representa el
6.67% del PIB y el 5.40% del PNB. De igual manera, según esta métrica, la
industria de la cultura empleaba en 1998 al 3.65% de la Población Económicamente
Activa , 24 puntos porcentuales más
que en 1988.
sábado, 4 de abril de 2015
Percebes o lechugas o taburetes
El titular no podía ser más triste para quienes pasamos
ratos magníficos en esos establecimientos: “Cada día cierran dos librerías en
España”. El reportaje de Winston Manrique incrementaba la desolación: en 2014
se abrieron 226, pero se cerraron 912, sobre todo de pequeño y mediano tamaño.
Las ventas han descendido un 18% en tres años, pasándose de una facturación
global de 870 millones a una de 707. La primera reacción, optimista por
necesidad, es pensar que bueno, que quizá la gente compra los libros en las
grandes superficies, o en formato electrónico, aunque aquí ya sabemos que los
españoles son adictos a la piratería, es decir, al robo. Nadie que piratee
contenidos culturales debería tener derecho a indignarse ni escandalizarse por
el latrocinio a gran escala de políticos y empresarios. “¡Chorizos de mierda!”,
exclaman muchos individuos al leer o ver las noticias, mientras con un dedo
hacen clic para choricear su serie favorita, o una película, o una canción, o
una novela. “Quiero leerla sin pagar un céntimo”, se dicen. O a veces ni eso:
“Quiero tenerla, aunque no vaya a leerla; quiero tenerla sin soltar una perra:
la cultura debería ser gratis”.
Pero el reportaje recordaba otro dato: el 55% no lee nunca o
sólo a veces. Y un buen porcentaje de esa gente no buscaba pretextos (“Me falta
tiempo”), sino que admitía con desparpajo: “No me gusta o no me interesa”.
Alguien a quien no le gusta o no le interesa leer es alguien, por fuerza, a
quien le trae sin cuidado saber por qué está en el mundo y por qué diablos hay
mundo; por qué hay algo en vez de nada, que sería lo más lógico y sencillo; qué
ha pasado en la tierra antes de que él llegara y qué puede pasar tras su
desaparición; cómo es que él ha nacido mientras tantos otros no lo hicieron o
se malograron antes de poder leer nada; por qué, si vive, ha de morir algún
día; qué han creído los hombres que puede haber tras la muerte, si es que hay
algo; cómo se formó el universo y por qué la raza humana ha perdurado pese a
las guerras, hambrunas y plagas; por qué pensamos, por qué sentimos y somos
capaces de analizar y describir esos sentimientos, en vez de limitarnos a
experimentarlos.
A ese individuo no le provoca la menor curiosidad que exista
el lenguaje y haya alcanzado una precisión y una sutileza tan extraordinarias
como para poder nombrarlo todo, desde la pieza más minúscula de un instrumento
hasta el más volátil estado de ánimo; tampoco que haya innumerables lenguas en
lugar de una sola, común a todos, como sería también lo más lógico y sencillo;
no le importa en absoluto la historia, es decir, por qué las cosas y los países
son como son y no de otro modo; ni la ciencia, ni los descubrimientos, ni las
exploraciones y la infinita variedad del planeta; no le interesa la geografía,
ni siquiera saber dónde está cada continente; si es creyente, le trae al fresco
enterarse de por qué cree en el dios en que cree, o por qué obedece
determinadas leyes y mandamientos, y no otros distintos. Es un primitivo en
todos los sentidos de la palabra: acepta estar en el mundo que le ha tocado en
suerte como un animal –tipo gallina–, y pasar por la tierra como un leño, sin
intentar comprender nada de nada. Come, juega y folla si puede, más o menos es
todo.
Tal vez haya hoy muchas personas que crean que cualquier
cosa la averiguarán en Internet, que ahí están los datos. Pero “ahí” están
equivocados a menudo, y además sólo suele haber eso, datos someros y
superficiales. Es en los libros donde los misterios se cuentan, se muestran, se
explican en la medida de lo posible, donde uno los ve desarrollarse e
iluminarse, se trate de un hallazgo científico, del curso de una batalla o de
las especulaciones de las mentes más sabias. Es en ellos donde uno encuentra la
prosa y el verso más elevados y perfeccionados, son ellos los que ayudan a
comprender, o a vislumbrar lo incomprensible. Son los que permiten vivir lo que
está sepultado por siglos, como La caída de Constantinopla 1453 del historiador
Steven Runciman, que nos hace seguir con apasionamiento y zozobra unos hechos
cuyo final ya conocemos y que además no nos conciernen. Y son los que nos dan a
conocer no sólo lo que ha sucedido, sino también lo que no, que con frecuencia
se nos aparece como más vívido y verdadero que lo acaecido. Al que no le gusta
o interesa leer jamás le llegará la emoción de enfrascarse en El Conde de
Montecristo o en Historia de dos ciudades, por mencionar dos obras que no serán
las mejores, pero se cuentan entre las más absorbentes desde hace más de siglo
y medio. Tampoco sabrá qué pensaron y dijeron Montaigne y Shakespeare, Platón y
Proust, Eliot, Rilke y tantos otros. No sentirá ninguna curiosidad por tantos
acontecimientos que la provocan en cuanto uno se entera de ellos, como los
relatados por Simon Leys en Los náufragos del “Batavia”, allá en el lejanísimo
1629. De hecho ignora que casi todo resulta interesante y aun hipnotizante,
cuando se sumerge uno en las páginas afortunadas. Es sorprendente –y también
muy deprimente– que un 55% de nuestros compatriotas estén dispuestos a pasar
por la vida como si fueran percebes; o quizá ni eso: una lechuga; o ni
siquiera: un taburete.
Por Javier Marías
Tomado de elpaissemanal@elpais.es
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