Imagen de Fabián Todorovic Karmelic
La distancia suele distraer la mente y engañar a los sentidos, acaso así el Sr. Mostaza pretendía olvidar su pasado, aunque el día que volvió a París la vida no pudo menos que enfrentarle a su destino. La casa lucía bastante descuidada. Las hojas secas y los periódicos que tapizaban el jardín dejaban claro que habían pasado ya varios días sin su presencia.
Hacía tan sólo 3 semanas que habían avisado a la casera y el adiós parecía tan lejano que probablemente el Sr. Mostaza no lo lamentaría. Si el acuerdo se había cumplido, Tamara estaría desde hacía 13 días en los límites de la ciudad con todas las cosas que alguna vez compartieron y que ahora, por algún extraño designio, sólo le pertenecían a ella. La promesa de no encontrarse y de retirar a solas las cosas estrictamente personales y con más valor sentimental que monetario, hicieron que el Sr. Mostaza retrasara su llegada. Ese día, inconscientemente tomó su gastada chamarra de piel y las llaves de la otrora su casa, de las que pendía la mitad de un llaverito de esos que tienen dos piezas y que al juntarlas completan la frase “te amo”.
Esto será rápido, repetía para sí, y aunque no sin un ligero escalofrío abrió la puerta. La escena parecía la de un crimen: pedazos de lo que antes fue una vajilla regados en el piso (probablemente estaban ahí desde la última pelea), los estantes vacíos, las paredes desnudas. Encontró en la mesita de centro sobres vacíos de cartas viejas y fotos arrancadas de sus álbumes. Pensó que si eso fuera una película, él seguiría avanzando y en algún momento, al abrirse la toma, encontraría en el rincón de la ventana un cuerpo inerte, con la ropa raída; quizás bañado en sangre, quizás con un último gesto de asombro, de incredulidad tal vez.
Tras dar algunos pasos una idea le asaltó fulminante: ¿Y si Tamara se llevó no sólo mis cosas sino mis recuerdos? ¿Y si entre las fotos viejas se llevó mi pasado? ¿Y si en las cartas se llevó mi voz y mis letras? ¿Y si entre sus cosas se ha llevado mi vida? Inerte, con un gesto de asombro en el rostro se sentó en el rincón que daba a la ventana. El Sr. Mostaza comprendió entonces su destino: Ella no había regresado por sus cosas. Había regresado a matarlo.
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