jueves, 4 de mayo de 2017

Los caprichos de un mecenas



Ser mecenas no es cosa fácil. Apostarle al arte por el arte mismo sin esperar otra cosa que la satisfacción proveniente de los aplausos al artista es algo incomprensible para la mente mundana.

Ser mecenas de una obra censurada hace 160 años parece necedad, error o pecado. Debe ser el mismísimo Satán empuñando a su antojo los hilos que mueven las voluntades y los caprichos del alma. Alma sutilmente enferma de tedio y decepción por lo vacuo del internet y lo efímero de su expresión. Los caprichos de un mecenas, diría Gómez de Rueda.

La felicidad de los malos saca del subconsciente colectivo los poemas censurados de Baudelaire en Las flores del mal y los traduce, los reinterpreta y sobre todo, los siente (conditio sine qua non para poder transmitir emociones). Pero no solo eso: hace una fiesta de imágenes, sonidos y voces que a la manera del Teatro Pánico los transforma en entes vivos, orgánicos, íntimos y dotados de personalidad propia.


El artista hizo su trabajo. El mecenas el suyo. Al lector le queda la mejor parte: revolcarse en el placer o en el dolor o en el pecado que el arte produce. ¡Revuélquese pues hipócrita lector!  mi semejante, mi hermano.


No hay comentarios:

Publicar un comentario