domingo, 20 de mayo de 2012

Guía del autoestopista galáctico - Douglas Adams





En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la Galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento.

En su órbita, a una distancia de ciento ciencuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes de lectura directa son de muy buen gusto.

Este planeta tiene, o mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron a tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa estraña, ya que los pequeños trozos de papel verde no eran precisamente los que se sentían infelices...

... Así empieza la novela que salió a la luz como una novela radiofónica en Inglaterra  y que se atribuye al genio de Douglas Adams. Con un humor que excede los confines de la galaxia, Adams nos cuenta cómo a pesar de los avisos de los seres más inteligentes sobre la Tierra, el ser humano y su infinita negligencia ven ante sus ojos el fin de los tiempos. Sólo algunos afortunados viven para contarlo. En un universo tan infinito como burocrático, con un presidente galáctico bicéfalo (y paradójicamente más egocéntrico e ignorante que cualquiera sobre la desaparecida tierra), Arthur Dent y su amigo Ford Prefect se las ingenian para vivir de aventones, entre extraños seres que nos recuerdan algunas especies urbanas sobre la tierra y nos dejan claro que para vivir en este universo sólo requieres de 2 cosas: la guía del autoestopista galáctico y lo más importante de todo, una toalla.

Con una narrativa y un ritmo asombrosos Adams nos deja su legado en una trilogía en cinco partes, de las que la Guía del Autoestopista Galáctico es la primera. Por si semejante alcance pareciera poco, el autor nos enfrenta a la pregunta máxima sobre la vida, el universo y todo lo demás. La respuesta está contenida en las páginas de la novela y seguramente le dejará con la boca abierta.


viernes, 4 de mayo de 2012

De cómo (no) conocí a Monsivais

El 4 de agosto de 1999 es una fecha memorable para las anécdotas futboleras: esa noche en la cancha del Azteca México ganó la Copa Confederaciones con una gran actuación de Cauhtemoc Blanco y, permítaseme decirlo, un gran baile a la selección brasileña.

Horas antes del juego yo me encontraba en la inauguración de una librería financiada por la divertida empresa para la que entonces trabajaba. Entre una serie de personalidades del ámbito académico y cultural asistentes al evento destacaban dos: Homero Aridjis y Carlos Monsivais. Tras cortar el listón, Monsivais improvisó un discurso sobre el mérito de abrir una librería en una época tan difícil y en un país donde la lectura no es un hábito.

Tras la ceremonia tuve la fortuna de estar en el pequeño grupo que se acercó a Monsivais a brindar. Él, siempre lúcido, hablaba y nosotros escuchábamos. Debe ser difícil no tener interlocutor. Me aparté por un rato y volví con la firme convicción de comenzar una conversación inteligente o de al menos darle motivo para deleitarnos con su elocuencia. Mosivais había desaparecido entre el tumulto y la parlotería. Ya no lo encontré.

Dicen que era homosexual. Dicen que adoraba a los gatos. Dicen que era un genio.

jueves, 3 de mayo de 2012

No vine a decir que sí




DE LA VIEJA GUARDIA
Yo soy la vieja guardia
aunque no viví sus glorias
yo comencé a oír la radio
cuando ya se había hecho historia.

Cuando las bandas de pop
se llevaban ovaciones
de las que aún resuenan a ecos
en las viejas grabaciones.

Y me enterneció el amor
en una noche serena
en mi escondite añorado
que un día fue el autocinema.

Yo conozco mil historias
de la calle y sus rumores
de los pleitos de banquera
con merecidos honores.

Y miré algunos mayores
crecer bajo su leyenda
en las riñas de pandillas
con navajas y cadenas

Y después de aquel arrojo
se convertía en delincuencia
más de un bravo conocido
saboreó las consecuencias
que hace la ley de los puños
y fumar la hierbabuena.

Para saltar la alambrada
para brincar esta cerca
y ese asalto a mano armada
Que jamás valía la pena
a veces creo que mi entorno
fue el que me hizo observador
aprendía del error de otros
y tampoco fui mejor.

Siempre estoy necesitando
un sueño en que sobrevivir
como si fuera el muchacho
que no para de reír.

Cuando volaba a la avenida
bajando en mi bicicleta
como sí en la esquina nunca
me esperara una sorpresa.

Siempre fue cuestión de suerte
y hoy tampoco sé en que acaba
la vida de los que entienden
de contar casos que pasan.

Hoy no vuelo en mi manubrio
hoy mi guitarra me eleva
y me hace ocupar las dos manos
no hago otra cosa con ellas
que aferrarme a esta guitarra
como el fulgor a su estrella
como el soldado al fusil
y en noches como la de hoy
como un borracho a su botella.

Yo soy de la vieja guardia
de la canción de protesta
de los conciertos de pop
con una guitarra vieja.